Hay mucha gente a quien domina el comprar lotería, como hago yo cada semana. Y lo que sustancia ese hecho es la pregunta manifiesta: ¿por qué se juega? La respuesta es simple: por dinero, en tanto esa es la condición. De manera que puedes encontrarte ante el sabio amigo matemático de la universidad que te explica el suceso y ni caso; te lo hace ver: el porcentaje de premio es tan ínfimo que no vale la pena intentarlo por pura estadística. Cierto, le dices, pero eso no adjudica valor a la evidencia; conocemos (aunque sea por la televisión o los periódicos) a quienes han ganado. Luego… ¿Qué sustancia la iniciativa? Pongamos la mirada en quiénes juegan o han de jugar. El jugar (a todo) no solo propaga la decisión sino la convicción. Así es que si lo que se sustancia es el premio puede que lo que mueva a una persona a participar es la necesidad por más que ello cueste dinero. Mas lo sabemos, eso no ocurre; los ricos también juegan; y lo que es peor, frente a los seres comunes, de ingresos medios o bajos, juegan mucho. ¿Porque el dinero siempre llama al dinero o por la emoción? Por las dos cosas. Ahora bien, tal cosa no es lo que implanta el sentido. De ahí las historias que se suceden: el pueblo con centenares de trabajadores en paro al que le tocó la lotería de navidad, mi pueblo que se pobló de nuevas camionetas porque les tocó un buen pellizco, la que fue expulsada se su trabajo y ganó un millón doscientos mil euros, el que consiguió el premio gordo y en un año estaba en la miseria por no saber gastar, o aquella que se separó de su marido y al mes siguiente él ganó cuatro millones de euros y ya va a ver usted, etc, etc. Y es que todos estos parabienes atusan la condición. Porque es cierto que cuando un premio arregla entuertos todos contentos. Ahora bien, tal cosa no prueba el siempre, bien al contrario. Ese es el misterio ponderado de lo que se llama lotería, misterio que rondaría la dádiva divina, la sustancia misma de Dios. Lo acentúa el Apocalipsis: de la tribu de Leví tantos, de la tribu de Isaías cuantos, etc. Y es que en ello se asienta la sustancia del dios judeo-cristiano que nos acompaña: elegir. Mas, ¿qué elegir, por qué se elige de ese modo, por qué no a mí? Eso es lo que da certidumbre verdadera a este Dios: de lo único a lo múltiple, de lo específico a lo complejo. No todo cabe en la lógica, no todo lo explica la lógica, como a Dios. Eso somos, por decididos, como la lotería: juguetes de lo imprevisible.