Se constata lo que Rusia no quiso constatar, que los mercenarios que contrató para la guerra de Ucrania se sublevaron contra la nación que pretende reconstruir el imperio; y el mundo razonable se encontró con que quienes asentaron los peores golpes contra Ucrania ahora se dan la vuelta. Eso se prueba. El supremo vigía de la nación que proyecta refundar confundió el valor del poder imperial, volver a la Unión Soviética, con la agresión. Es decir, la pertenencia al moderno de Rusia no fue acudir a la democracia convencional sino subsumir la tensión que Putin aprendió en el KGB y, con ello, repartir los bienes de la patria con los oligarcas que suman ganancias próvidas y que incluso ordenan en torno suyo ejércitos de mercenarios para la defensa. De ahí a la dictadura, acentuar la represión, el control de los medios o enviar a la cárcel a los opositores o matarlos. Eso es lo que ocurre con la guerra contra la hermana Ucrania, la primera de las naciones del bloque antiguo que habría de volver al redil de los justos. Y ello manifiesta no tanto el privilegio ideológico del susodiche sino la inquina manifiesta de su actuación. Así es que, para armar con fundamento la conquista, dispuso: contratar a uno de los grupos más siniestros de mercenarios con un jefe (Prigozhin) de ideología Nazi, con Hitler como modelo. Mas lo que ha dado a entender la guerra es lo que las guerras demuestran: Ucrania no se deja vencer y eso sentencia tanto al ejército ruso como a las bajas del grupo Wagner que se apuntaron a la lucha por el paseo. Por eso los mercenarios, que son unos profesionales del terror, actúan: en contra del ministro de la guerra y el general de los generales. Nada consiguieron y entonces la decisión: marchar hacia Moscú, promover un golpe de estado que pudo haber concluido en una verdadera guerra civil. De manera inopinada, el trato quedó cerrado sin que Putin pudiera asesinar a Prigozhin y sin cargos a los rebeldes. Y eso acredita: no solo la soledad del próvido sino que en las tripas del poder los fantasmas se mueven, tanto que Putin desapareció de la escena sin dejar huella. Y lo que el acto certifica: imposible una acción unilateral de Progozhin, Progozhin sabe. O lo que es lo mismo: primer aviso; el segundo dispondrá. Putin está enterrado. Pero que Occidente no se fíe. Quien lo suceda acaso será mucho más siniestro que él. Pues eso es lo que confirma Rusia, un país con una revolución pendiente como la del año 1917 de los bolcheviques.