España se juega su futuro el día 23, pero los medios de comunicación no hacen sino hablar de la boda de una tal Tamara con un gandul redomado apellidado Onieva, cuya única misión nacional es ponerle unos enormes cuernos prenupciales a la que ya es su esposa, ante Dios y ante los hombres. Tres curas los casaron y a uno, en un descuido, se le prendieron las faldas de su sotana del fuego de una vela mal colocada y a punto estuvo de ocurrir una desgracia, si no es por una invitada que agarró una manta, o una pañoleta, o un mantón de manila, y le quitó el incendio de encima al eclesiástico, que no era el padre Ángel -que también estaba allí, vestido de cura- sino otro. Ya saben ustedes que el padre Ángel es versátil en la ideología, como lo fue Jesucristo. Bueno, pues la revista ¡Hola!, que es la única que se mantiene en el mercado con dignidad, pagará a los contrayentes por la exclusiva más de un millón de euros y sacará -creo que hoy- una edición con noventa páginas de la boda. Estos Preysler saben lo que hacen y la mamá grande, Isabel, ha adoctrinado a sus pollos de la manera más conveniente para que llenen el saco. El único que se fue de Villa Meona con la bolsa menguada fue Vargas Llosa, que se fio del amor donde no puede haber sino metales viles. La marquesita de Griñón, que quiso ser monja, se quedó finalmente con el disperso Onieva, que ha desplazado en las encuestas a Feijóo y a Sánchez y hasta al mismísimo Txapote. Fue una boda de campanillas y casi sale de allí un clérigo quemado, como muy quemado debe estar este país para insistir en tanta idiotez, sin solución de continuidad.