A los seres humanos nos delimita la lucha por contener el caos. Tal es así que en todas las cosmogonías se comienza por semejante labor: ordenar el trastorno y separar las partes para que se comprendan. El cielo en su lugar, los ríos en el suyo, las montañas más altas que las llanuras, el mar hasta la línea del firmamento. No sirve de excusa que el embrollo medido forme parte de nosotros. Eso es también consustancial al orden. Porque si se separa una nota, un libro… de esa extensión procelosa (pongamos, la mesa de trabajo o la biblioteca particular), la pérdida puede llegar a ser siniestra.
El orden es una condena, pero es tan necesario como el aire. Es difícil imaginar un archivo caprichoso porque, si fuera necesario rescatar un cartapacio de ahí, un informe, un dato de fulanito, el esfuerzo se convertiría en un delirio sin fin.
Entonces, ¿por qué cada año nos empecinamos en trastocar el mundo? Y tanto que, por sus consecuencias, incluso coleccionamos sucesos con nombres y apellidos. Hay parejas, por ejemplo, que se resienten a la exclusividad. Y es que, quiérase o no, somos sujetos de la historia y tener todo el tiempo del mundo para ejercer como tales puede propiciar atascos insuperables. Que algunas se separen en estas fechas no es extraño. Y si tienen amantes, penoso. Entre otras cosas porque es muy difícil salvar la ausencia y si se prolonga, peor. El horario salva las posiciones de las cosas y eso ayuda.
De manera que en verano nada está donde debe de estar. Y como hay turnos, la desgracia es más duradera de lo previsto. O no se encuentra o tiene excusa para evaporarse como el agua en el desierto. Y eso no es solo triste, eso clava un hueco en el alma que a veces no tiene medida.
Me lo ensartó mi hijo pequeño. “¡Qué coñazos!” Y tenía razón. Por lo general ni su madre ni yo tenemos demasiado tiempo para seguirlo en todos los minutos de su vida. Salvo en verano. De manera que nuestras pláticas indescifrables son las que oyen sus oídos. Y dale que dale, niño eso no. El muchacho no puede mandarnos a clase para que nos calmemos y él no está en disposición de encerrarse en su estudio para concluir la tarea de informática o la de metafísica. Horrendo.
Menos mal que el Criador tiene ocurrencias divinas y ha inventado Morro Jable, para que nos tumbemos en una hamaca cara al sol, quietos como los cocodrilos. Si así no fuera, el turno sería desolador y no sobreviviríamos, lo aseguro.