Me propongo, para el lunes, trasladar a ustedes mis días felices en el periódico vespertino La Tarde, adornado el reportaje retrospectivo con tres fotos inéditas del archivo de aquel gran fotógrafo y amigo, Antonio Pallés Sala. Su hijo Carlos, arquitecto y fotógrafo, a quien entrevisté el otro día para este periódico, y dio en la entrevista una lección de coherencia y de amor por el pasado, me ha facilitado el archivo de su padre, sobre todo para una publicación que quiero sacar a la luz pronto. Siempre digo que lo próximo que haga va a ser lo último, pero a lo mejor no. La Tarde fue una escuela de grandes periodistas -me excluyo- y sus últimos días tienen mucho que ver con la novela de Jaime Bayly, Los últimos días de La Prensa; pero de La Prensa de Perú; un periódico de la profesión cutre y necesitada, como era aquella de los 70. Efectivamente, los de La Tarde fueron para mí días felices, un tiempo irrepetible en el que me formé profesionalmente. Claro que una vez escribí sobre unas bragas rojas que me encontré en una carretera, bragas caladas, bragas sugerentes, y Opelio Rodríguez Peña, jefe de los censores, llamó al periódico para preguntar que si yo estaba loco y asegurar que el tanga no pasaría el filtro franquista. Y me las comí con papas. La censura y yo siempre hemos estado muy unidos, pero el mayor censor que tuve en mi carrera profesional fue uno de Teruel, paz descanse, que no me dejaba -En El Día- que hablara de casi nada y luego le echaba la culpa a mi amigo Pepe Rodríguez, un tipo estupendo, que ni se enteraba de las mutilaciones. Curioso: el censor me llamaba cada año para felicitarme por Navidad; nunca lo entendí. Días felices en La Tarde y fotos evocadoras. Ya las verán.