incendio de tenerife

Estado de emergencia

La sombra de la sospecha es enormemente alargada en esta ocasión como para dejar pasar un solo minuto sin actuar con todo el peso de la ley ante la alta probabilidad, si no la evidencia, de que la catástrofe del incendio de Tenerife haya podido ser provocada. La gravedad de los hechos impone, como nunca antes, una rápida respuesta a la exigencia social de responsabilidades por lo sucedido.

Esta vez el incendio va en serio. Y no se exagera si se afirma que Tenerife está en estado de emergencia. Miles de hectáreas quemadas, miles de desalojados y once municipios sometidos a las garras del fuego muestran la cara descarnada de este incendio forestal de la saga de los denominados de sexta generación. No cabe la más mínima demora en el esclarecimiento de la posible autoría de este terrible atentado ambiental a nuestra isla.

En el pasado, la picaresca de los incendios intencionados abarcaba una casuística que alimentaba un clásico, las leyendas de pirómanos: desde el bar que se lucraba con la venta de bocadillos hasta el arrebato manido por razones laborales. Nada de cuanto ha precedido hasta ahora este género de desgracias vale a la hora de abordar el actual estado de cosas.

Como en Hawái o Canadá, Tenerife es noticia en el mapa de los incendios que asolan el mundo. Es una triste y dolorosa causa de notoriedad exterior, pero también una oportunidad inexcusable para adoptar, de una manera radical, una posición social, política e institucional firme que inspire y establezca a partir de este desastre las medidas de todo tipo aconsejables ante una deriva de incendios forestales incontrolados que ponen en riesgo la conservación de las Islas y las vidas de sus habitantes.

Sin más dilación, tenemos que ponerle nombre al contexto de esta tragedia. Es el resultado de una crisis climática que este verano ha llegado demasiado lejos. En Canarias y en otras latitudes de modo simultáneo. Se trata de un fenómeno global. Pero se puede actuar en todas partes y cada una por separado, sin concesiones a negacionistas ni detractores. Tenerife es la prueba palpable del cambio climático y sus efectos inmediatos que no consienten medias tintas.

Esta tierra ha sido una avanzadilla aventajada en la defensa de la naturaleza con mayúsculas. En ella han nacido voces de proyección internacional que han abogado por salvar las islas y el planeta como César Manrique. Ejemplos de amor y protección de nuestra biodiversidad como Telesforo Bravo. Y poetas que cantaron el alma y las entrañas de los barrancos de los ecosistemas insulares como Pedro García Cabrera.

Hay pocos territorios dentro de Europa como Canarias con los argumentos a flor de piel para invocar urgentemente acciones expeditivas que salvaguarden la tierra y la vida de las gentes. Nuestro patrimonio natural, uno de los mayores tesoros que sobresale dentro de la biota europea, nos interpela, y nos sentimos compelidos ante esta emergencia.

La visita de Pedro Sánchez, este lunes, a Tenerife es la de un presidente de España y de Europa que ha conocido de cerca los dramas naturales más significativos de Canarias en este siglo, desde el incendio de Gran Canaria en 2019 a este de Tenerife en 2023 pasando por la erupción de La Palma en 2021. Es hora de los grandes pronunciamientos que exigen las grandes ocasiones. El sur de Europa ha conocido de cerca los más recientes incendios de este verano llamados de vida propia en las costas del Mediterráneo y el norte de África, en las islas de Grecia, Italia, Túnez y Argelia. Las sequías y las lluvias torrenciales desatan olas de calor desconocidas e incendios forestales inabordables, que devoran todo a su paso y elevan a la máxima potencia el incuestionable cambio climático.

En este escenario sin paliativos, del que ahora somos testigos de primera fila en Tenerife y mañana lo seguirán siendo en otras islas y continentes, permítasenos alzar la voz, en nombre de tantos lugares arrasados este verano por el calor extremo, en demanda de la mayor unidad posible, de Canarias a Europa, en aras de salvar el planeta.

Se hace necesario escuchar a todas las voces pertinentes. De hacer memorándums y manifiestos en el seno de la UE. Se agradecen las declaraciones públicas de los científicos y dirigentes que pongan los puntos sobre las íes en estos momentos críticos de desolación. Se impone hablar y emprender acciones contrarreloj. Nuestra voz de alarma no es la de una isla. Sino la de todo el planeta. Es la misma voz bajo las llamas. ¡Jaque mate!

TE PUEDE INTERESAR