No se lo tomen a mal, pero las gorras que usan el comisario Villarejo en Madrid y el presidente en funciones Sánchez en Marruecos son iguales. Cachuchas de visera que el gran Ricardo Zamora y yo lucíamos cuando jugábamos de porteros, él con más éxito que servidor. Las venden en Víctor Núñez, La Laguna, lo mismo que los Stetson. Cuando compren ustedes un Stetson fíjense siempre en la tira interior que llevan esos sombreros, porque cuantas más “X” luzcan, mejor es el producto. Por culpa de un Stetson muy bonito, que perdí en El Hierro, casi pierdo también un avión en el aeropuerto JFK de Nueva York. Llegué cuando ya cerraban la puerta del Jumbo, seguido de un sudoroso Paco Padrón que me había acompañado a la tienda india del Kennedy. Luego me compré otro, en Víctor Núñez precisamente, que es el que luzco ahora, junto a un Panamá que me regaló Juan-Manuel García Ramos, hecho –como Dios manda—en Ecuador. Fue una pena que se extinguiese el sombrero en nuestra sociedad. A don Ramón González de Mesa, paz descanse, lo llamaban en La Laguna El Manisero, porque siempre iba de blanco, con sombrero elegante y los puños de la camisa engemelados. Dicen que una vez le tocaron en su casa unas sobrinas, para comunicarle una desgracia familiar, y don Ramón no abría la puerta. Ellas entonces gritaron: “Tío Ramón, abre, que somos nosotras”. A las que el ilustre abogado respondió desde su escondite, con una voz de ultratumba: “Ahora bajo, ¡creí que eran los esbirros del gobernador!”. Hay personajes admirados en esa Laguna con tantas historias. Rubén el Mono, al ser interrogado como testigo por el juez con respecto a una trifulca estudiantil, respondió a su señoría: “Yo no sé lo que pasó, señor juez, pero yo vi un murmullo”. Era la primera vez que un murmullo fue visto por persona humana.