tribuna

La libertad

La libertad es un concepto escurridizo. Hay quienes dicen que no habrá libertad hasta que no podamos ser todos iguales, y otros que la equiparan con el derecho a poder ser diferentes. Unos lo asimilan a una situación física, social y colectiva, y otros a algo espiritual e individual. Yo, personalmente, me reconozco libre cuando dejo de sentir la influencia insistente de tener que tragarme todo lo que me cuentan y aceptar ser antisocial si no lo hago. A veces las palabras no son suficientes para expresar lo que queremos decir, y una sola frase es incapaz de contener el alcance de algo que necesita un tratado para explicarse, y, aun así, es difícil de entender. Sobre la libertad se han escrito muchas cosas y en todas las épocas de la historia, y eso significa que es algo a lo que no se le ha dado satisfacción en ningún momento. Hay quienes la comparan con la democracia y otros con la anarquía, y en esto admiten que existe un choque cuando se enfrenta con el orden necesario para la convivencia. ¿Entonces cabría pensar que la libertad es incompatible con este último concepto? No creo que haya que llegar a esos extremos, pero, ahora que lo pienso, hay una interpretación de la convivencia que sí que tiene mucho que ver con la libertad. La libertad de pensar diferente sin ser descalificado, la libertad de ver las cosas desde otro punto de vista sin que te consideren un hereje, la libertad para poder rechazar las mentiras que intentan imponerse como la única verdad, la libertad para poder expresarlo y la libertad para pensar lo que quieras sobre lo que quieras sin que corras el riesgo de ser anatemizado. Los filósofos que han reflexionado sobre la libertad se han aislado del mundo para poderlo hacer. Algunos incluso han intentado independizarse de sus mentes contaminadas, haciendo abstracción de las influencias extrañas que les rodean, lo que les ha servido para ser considerados como personas fuera de la realidad. ¿Por qué hay una realidad que está por encima de la libertad? ¿Por qué hay que doblegarse ante hechos inevitables en aras de someterse a una disciplina que nos tiene que gobernar? No nos gusta la guerra, pero asistimos a ella porque alguien nos dice que así conquistaremos nuestra libertad. Rechazamos el crimen, pero en ocasiones consideramos necesario pasar algunas cabezas por la guillotina para sentirnos más libres. No olvidemos que es un invento misericordioso, encargado de reducir el sufrimiento de los que van a ser ejecutados, un refinamiento de la muerte violenta, algo así como una eutanasia social. Pues en estos valores se sigue asentando esa representación que lleva una antorcha en la mano para iluminar al mundo. Unos hombres tienen que morir para que otros sigan viviendo. Esta es una afirmación muy antigua. Un sacerdote la pronunció en Jerusalén antes de crucificar a un inocente. Después, los sucesores de la víctima se convirtieron en los verdugos de los que dudaban de sus palabras. Tampoco consiguieron ser libres. Hoy se sigue llamando intolerantes a los que no aceptan las doctrinas evangelizadoras de los que vienen a cambiar el mundo imponiendo la verdad absoluta. En un ambiente así, la libertad solo es posible desde el aislamiento, desde el esfuerzo de zafarse de las tentaciones del seguidismo, vengan de donde vengan. Pero esto nos lleva a estar cada vez más solos. Me tienta dejarlo todo para irme cada tarde a ver la puesta de sol, a ser posible cogido de la mano de alguien que me acompañe, como hacen los indios que se van a las praderas para encontrarse con Manitú, o hacía Santiago Rusiñol con sus amigos del Cau Ferrat, en las playas de Sitges, para aplaudir al sol, o silbar y patear si se escondía detrás de una nube. Después pienso en que eso de ir acompañado es atentar contra la libertad del otro y no me parece bien, y en que ser libre también es un coñazo. Al final, de qué nos sirve si no nos vamos a llevar ni lo puesto. Trataremos de ser felices sin entrar en estos asuntos. Que hagan y que digan lo que quieran. Nosotros a lo nuestro. Mi madre, que era muy sabia, decía, imitando una de las parodias que yo me inventaba: “Nosotros no le hicimos caso”. En eso consistía nuestra libertad.

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