Después de otra caída idiota se me ha acentuado el dolor de la rabadilla, que es una jodienda porque no te recuperas del estampido en meses. El médico me ha dicho que me compre un salvavidas, de esos que alivian las almorranas, pero ni de coña voy yo a la farmacia a pedirle al mancebo un remedio para unas hemorroides que no padezco. Lo mío es golpetazo en el coxis, moretones en un brazo y herida en el mismo brazo, ya casi curada. Total, que la segunda caída ha traído peores consecuencias que aquella otra, casi en el mismo sitio -el burro es el único animal que no tropieza dos veces en la misma piedra–, de hace un par de años. Debo tener el esqueleto más triste que una viuda reciente. Total, que agosto está siendo azaroso, y ahora, cuando me siento, no sé cómo ponerme, si con un cojín debajo, si de lado; no digamos cuando hago un viaje largo, al proponer -como dice el mago-, a Los Cristianos. Llego tieso como un garrote y cagándome en el que parió al Sol. Y hablando en estos días con el arquitecto y fotógrafo Carlos Pallés Darias, miembro de la Tertulia 25 de Julio, me revela que él fue quien tomó la foto, siendo un niño, en la plaza de Santa Cruz, del momento en el que el toro embistió a Ramos, fotógrafo de El Día, y dio con los huesos del reportero en la arena. Ramitos estaba en el callejón, no se sabe sin con carrete o no en su máquina de cajón, y el astado saltó y lo embistió. Carlos creo que tenía 8 o 9 años y tomó la foto, porque de casta le viene al galgo. Antonio Pallés Sala, su padre, fue un gran fotoperiodista -ahora llaman de esta guisa a los reporteros gráficos-. Ya lo leerán.