Acompañé a mi hijo a ver la última entrega de Misión imposible del impar Tom Cruise. El resultado resultó convincente: un medido guion, la calidad de las escenas y de los efectos especiales, los actores y sus sentidos (la muerte de la chica en su punto) y la habilidad expresiva del director. Pero eso no es lo que sustancia el valor de la película, el filme nos hace recapacitar sobre el sentido que alcanzan las nuevas máquinas en este tiempo. Y no tanto lo sofisticado cuanto la inteligencia, eso que comenzamos a temer y se llama “inteligencia artificial”. Ahí el asombro, construcciones humanas que pueden pensar por sí mismas y con resultados prodigiosos. Para el caso, un artilugio que puede controlar los sistemas de información, la defensa, la banca (la economía) o la vida de las personas. Ya la creación se ha acercado de manera magistral a la cuestión. Kubrick lo sancionó en su excepcional 2001: Una odisea en el espacio, con el ordenador de a bordo de la nave que se negó a ser desconectado. A eso se dedica Ridley Scott en la (parca) recreación de la espléndida novela de Philip K. Dick Do Androids Dream of Electric Sheep? (¿Los androides sueñan con ovejas eléctricas?) que se llama Blade Runner. Ahí un perfecto androide-humanoide Nexus-6 viene a la tierra para vérselas con su inventor. Precisa pedirle tiempo, rogarle que le conceda más tiempo pues es poco lo que viven. Y así la película se convierte en un severo canto sobre la vida. Tanto que el replicante salva la vida de su perseguidor Rick Deckard cuando va a caer al abismo. Y así muchas más, con máquinas que se revelan y nos dominan o máquinas que nos hacen vivir fuera del real por la alternativa (Matrix). De manera que lo que comienza a acunar la conciencia de los humanos es la pregunta que conmueve: ¿hasta dónde llegarán esas máquinas sagaces? Por ejemplo, hoy reconocemos artefactos que pueden crear novelas por sí solas, que pueden reproducir voces exactas de personas o cantar como cantantes famosos. Y eso es lo que comienza a cuestionar cada vez con más fuerza la especie. Nosotros que nos hemos dado el patrón de dominar el todo por pensar nos encontramos ante ingenios que también piensan, incluso con más rapidez e ingenio que nosotros. ¿Parar, destruir (como propone la película) o ser víctimas del conocimiento? Lo primero, que en ciencia parece imposible, frente a lo segundo. Eso es lo que hoy nos retiene ante la inteligencia artificial: no ante lo que somos, sino ante lo que inventamos.