El ajuste fino del escrutinio del 23 de julio realizado después de contabilizar el voto de los residentes en el extranjero no ha despejado aritméticamente el enigmático pronóstico de Gobierno Frankenstein XXL o vaya usted a saber. Antes al contrario, lo ha complicado, porque presumiblemente Sánchez y Feijóo cuentan ahora con el mismo número de votos de apoyo en el Congreso. Un teórico empate que le pone en un aprieto a quien presida la Cámara a partir del próximo día 17 y coloca también en una situación incómoda al propio monarca, que formalmente, supongo yo, podría optar en un primer movimiento por el candidato que cuente con más apoyos explícitos, es decir, Núñez Feijóo, con el apoyo sin condiciones de Abascal, porque los representantes de los partidos independentistas que supuestamente apoyarán la candidatura de Sánchez le harán el feo al rey de no acudir a la audiencia en el palacio de la Zarzuela para manifestar sus preferencias y, previsiblemente, mantendrán hasta el último suspiro el suspense y el chantaje al candidato.
Aunque sea en una segunda ronda, solo Sánchez puede conseguir ahora más síes que noes en la votación de investidura. ¿O piensa alguien que la larga retahíla de partidos y siglas del Frankenstein XXL darían su apoyo por acción u omisión al otro candidato aunque dijese amén al acuerdo sobre el modelo territorial que desde Bilbao reclama Ortuzar, que no ha querido ni escuchar PP, o que un insólito e inimaginable Feijóo se comprometiese a regalarles una inconstitucional amnistía, organizar un referéndum también ilegal para la secesión de Cataluña o propusiese levantar la torre de Babel de lenguas en el Congreso que por libre inventa Susana Díaz? Los alineados Frankenstein saben bien que su eventual voto negativo o la abstención en la votación da la candidatura de Sánchez daría las llaves del palacio de la Moncloa a Núñez Feijóo, y parece que eso no les gusta demasiado.
Por todo ello, si yo fuese Sánchez y en las próximas semanas me sometiese al voto del Congreso para renovar en el cargo de presidente del Gobierno, lo haría a pecho descubierto sin pactos opacos ni onerosos compromisos de pago por el apoyo de los representantes de eso que llaman la mayoría social. Pese a las dificultades, que no son pocas, Sánchez tiene delante una ocasión histórica de reivindicar su independencia y solicitar ser investido presidente con un proyecto de gobierno serio, coherente y pensado en función de los intereses de España, que incluya, si así lo desea, la revisión de la Constitución para un mejor encaje territorial del Estado, la puesta al día del sistema de financiación de las autonomías y cuantos otros asuntos considere de interés, sin necesidad de pasar por el chalaneo de votos con quienes ofrecen su apoyo a cambio de herramientas para liquidar la España de la Constitución de 1978, algo que se compadece mal con la dignidad del cargo de presidente del Gobierno, con el respeto al pueblo soberano y con la historia del PSOE. No se trata de pedir a los nacionalistas que rebajen sus exigencias como ha apuntado el ministro Bolaños, sino de ofrecer un programa que mejore una España en la que quepamos todos, sin exclusiones.
Una actitud firme de Sánchez en este trámite, sin concesiones, no sería del agrado de Bildu, ERC, PNV y etc., etc., pero se verían obligados admitir, del mal el menos para sus intereses, que no tienen otra opción, salvo entregar el gobierno a una coalición PP-Vox o repetir elecciones, que tampoco les beneficia nada a tenor del resultado del 23 julio. Parafraseando el eslogan del viejo anuncio de un detergente, yo, si fuera Sánchez, les diría a sus señorías indepes de toda condición que busquen y comparen y que si encuentran algo más conveniente para ellos y sus interesen, que lo voten.
Aunque no parece probable, en el trámite de investidura podría producirse una situación de bloqueo si no obtuviese los votos suficientes ninguno de los candidatos y en ese supuesto se repetirían las elecciones a finales de noviembre.
Si entonces se reprodujese el escenario de la votación de julio, habría que hacer otra vez todo el proceso que ahora se pone en marcha y si tampoco entonces ninguno alcanzase la confianza de la Cámara, los partidos mayoritarios deberían arbitrar otra solución, por ejemplo un Gobierno de gran coalición PP-PSOE (adiós Frankenstein y Vox) o dejar, como última opción, que gobierne la lista más votada.