que flota en la memoria

El gran renovador

J ulio Perera Carrasco (es un nombre falso) ha inventado de un tiempo a esta parte un nuevo género literario. El asunto es llamativo, asombroso y atípico, pues en un medio, el de la literatura, en el que casi todo está ya descubierto, este escritor (canario o no) ha logrado sacarse de la chistera algo novedoso, algo que nadie había hecho hasta ahora. Lo que Julio Perera Carrasco escribe bebe, sin duda, de los epigramas de Marcial o Juvenal, de las sátiras del Arcipreste de Talavera, del esperpento de Valle Inclán, de las parodias de Swift, de los papeles de Pickwick, de los pastiches de Cabrera Infante, de las invectivas de Bernhard, de la epopeya satírico-carnavalesca de Rabelais, de los mamotretos de La lozana andaluza y del formidable slang cómico-chabacano de Andrea Abreu. Bajtín, si viviera, se extasiaría al leer a este autor. Sin embargo, y aunque parezca que me contradigo, lo que escribe Julio Perera Carrasco no se parece a nada que se haya escrito hasta entonces. Si he apuntado esos préstamos, probablemente ilusorios o, en todo caso, inconscientes, es porque, en la selva de su escritura, necesitamos a veces puntos de referencia, modelos que nos guíen, sostenes hermenéuticos. No sé si Perera Carrasco tiene lectores, al menos lectores capaces de seguir los meandros por los que transcurre su escritura. Es probable que tampoco le interese tenerlos, pues se trata de una literatura pensada para fracasar, cuyo objetivo no es otro que el de espantar a cualquiera que se acerque a ella. Los retruécanos, los calambures, las jitanjáforas, el constante sarcasmo, las asombrosas contradicciones, la incoherencia permanente, los oxímoros, las hipérboles y los improperios están ahí precisamente para epatar, asustar, intimidar y ultrajar a cualquier posible lector. Me imagino a Julio Perera Carrasco levantándose por la mañana, afeitándose con espuma abundante y mirándose al espejo mientras esboza una sonrisa no exenta de socarronería que en el fondo esconde un pensamiento destinado a terminar convertido en uno de sus abundantísimos textos. Porque, pese a la exuberancia de su escritura y a la dificultad de su prosa macarrónica –que hace pensar a veces en una autoparodia llevada al infinito–, lo cierto es que Perera Carrasco escribe mucho, varios textos al día. Los publica en sus redes sociales, en blogs, en plataformas digitales, en libros, en las barras de los pubs y hasta, aunque quizá alguno de ellos sea apócrifo, detrás de las puertas de los servicios masculinos de los bares. Los publica, los borra, los edita, los abandona, los contradice, los difunde, los suprime, los exalta y los desprecia.
Un día, cuando buena parte de lo que se escribe en nuestra lengua se haya convertido en pasto del olvido, se descubrirán algunos textos de Perera Carrasco, se elevarán a la categoría de clásicos y, acaso, salvarán a la humanidad de su pandémica barbarie.

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