Lo conocí en los años 90 porque lo invité a un curso en la ULL. Fue un hombre sumamente elegante, vestido con un perfecto traje italiano. Y resultó ser humilde, sencillo, educado, conversador. Así es que me interesé por lo que pensaba en aquella época, lo que ideó y se llamó il pensiero debole, “el pensamiento débil”. Me dijo que la historia de los hombres queda resumida en la capacidad de preguntar que hemos tenido a lo largo del tiempo. Y eso es lo que atusa la época actual, me dijo; frente a lo que pensaron los románticos, el grande Nietzsche; me dijo, ahora lo que nos aturde y señala es el vacío, la incapacidad. Medios de comunicación, razonó, que lo dominan todo, información indiscriminada que ya no atiende a los valores precisos, sino a la zozobra que no instruye sino que confunde. Y eso determina, en relectura singular de Heidegger y Nietzsche, la constatación del moderno, contra la fortaleza. A saber: frente a lo férreo, libre curso a la interpretación, frente a lo monolítico, lo transversal, frente a la soberbia artística, lo popular y lo plural. Nietzsche consuena de verdad aquí a pecho descubierto: el ser en la búsqueda de sí mismo, en la gestión de su sentido sin los complementos ocasionales que lo conforman. Con esos parabienes, ya digo, comenzó a fraguar su pensamiento. Por ejemplo, giró la espalda al pasado y vio. Cual ya se apuntó, al filósofo (Nietzsche) que dio nombre no tanto al descalabro cuanto a la concisión con sus cuatro peleas manifiestas: el superhombre, la muerte de Dios, el eterno retorno y la voluntad de poder. Más allá, digo, aclarar la instancia del barroco que alcanza al ahora: la identidad tentativa y no conclusiva (de ahí la obra de Antonio Tabucchi, por ejemplo). Con ello un problema esencial de las letras desde Lazarillo de Tormes, la escritura del “yo”, del sujeto singular como problema. Otro, la inestabilidad o la crisis; el recurso a los elementos fuertes (oro, piedras preciosas, construcciones esplendentes…) para persistir; la salida a lo connatural del hombre, los clásicos griegos y latinos, y hacia lo extraño, lo exótico, lo que está fuera del sí. Eso ideó, eso fraguó en el colectivo La era neobarroca con Omar Calabrese en la cúspide. Y así se prodigó: más de treinta libros en su haber que no solo cifraron su maestra capacidad analítica sino que estudiaron al sujeto y la máscara, a la diferencia, al fin de la modernidad, a la ética de la interpretación, a la sociedad transparente, al futuro de la religión, a la realidad, etc., etc. Un pensador excelente, un filósofo cercano, muy cercano y excepcional, al que vale la pena visitar. El pasado 19 de setiembre murió en Rivoli, cerca de Turín, el gran Gianni Vattimo.