Treinta y cinco días después de aquel fatídico 15 de agosto visitamos la zona cero del devastador incendio que afectó a casi 15.000 hectáreas de la masa forestal de Tenerife durante una larga semana. Abiertas las carreteras afectadas por las llamas, DIARIO DE AVISOS pudo acercarse hasta el mirador de Lomo Redondo (1.225 metros de altitud), en el kilómetro 16,5 de la carretera TF-523, que une el casco de Arafo con la carretera TF-24 que sube al Teide. Desde el kilómetro 10 hasta la cumbre, el panorama es desolador, lleno de claroscuros que dibujan la huella del pavoroso incendio y hace valorar aún más el trabajo ingente de brigadas terrestres y medios aéreos para que el fuego no devorara fincas y viviendas.
Una de esas fincas, la de Domingo, en Media Montaña, o la casa rural que tiene Jacob en el mismo lugar, donde presume de tener los mejores castaños de Tenerife, fueron calcinadas o rodeadas por el fuego, en una zona donde se cultivó la malvasía que tanta fama le dio a Chivisaya, también conocido por ser el corral de Nicomedes, el pastor más viejo de Tenerife, que salvó su vieja casa, pero no así los corrales, ya con apenas un puñado de cabras y unos cuantos machos que supieron huir barranco abajo del fuego. Milagrosamente, la casa que Jacob tiene de turismo rural, entre castaños y frutales, quedó intacta. Se diría que allí sucedió un milagro.
El fuego se inició a las 23.30 horas del 15 de agosto -justo cuando la patrona de Canarias entraba en su basílica tras la tradicional ofrenda- en Lomo Redondo, justo al borde de la carretera conocida como la de Los Loros y al lado del pequeño mirador. Rápidamente se extendió barranco abajo, en el límite natural entre Arafo y Candelaria, llagando hasta Media Montaña, para desde ahí comenzar a correr por las medianías de Candelaria y terminar por alcanzar el día después la corona forestal, traspasando la carretera dorsal y penetrando por todo el norte hasta el Valle de La Orotava.
Poco después regresaría al Valle de Güímar donde nació, para dañar sitios tan simbólicos para la biodiversidad como Los Frailes y, sobre todo, el barranco de Añavingo, en Arafo, quedándose varios días en los altos de Güímar, con el temor de dañar los viñedos de Las Dehesas o Los Pelados, llegando a escasos 50 metros de afectar seriamente a los centros astrofísicos y meteorológicos de Izaña. Un fuego caprichoso y devastador que voló entre pinares, hoy con sus troncos negros y sus copas canelas, pero también dañando cerrajas, bejeques, escobones, tajinastes, magarzas y codesos, entre otras especies, sin olvidar el singular cabezón de Añavingo, que se recuperará gracias a un semillero municipal.
Seprona
“La Guardia Civil ha podido constatar que el incendio forestal iniciado el pasado 15 de agosto en el monte de Arafo fue provocado”. Así lo indicó el 20 de agosto el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, durante una rueda de prensa en la que agregó, en este sentido, que “la Benemérita tiene en la actualidad tres líneas de investigación”, añadiendo que “no hay que interferir y dejar que los agentes sigan trabajando para detener a los presuntos autores que han puesto en peligro la vida de miles de personas y los bienes materiales”. Sin embargo, dos días después, fuentes del Ministerio del Interior desmintieron al presidente del Gobierno canario al afirmar que no estaba confirmado la intencionalidad o provocación del incendio, porque se seguía investigando.
Desde la Guardia Civil en Tenerife se insiste en que un mes después del inicio del incendio -controlado, pero no extinguido-, el Seprona mantiene la investigación abierta, sin determinar con certeza absoluta que el fuego se iniciara de manera intencionada, si bien otras fuentes policiales han asegurado a DIARIO DE AVISOS que se mantiene una línea de investigación de las tres que se abrieron en su día. En esta línea se investiga la presencia esa noche de un vehículo y dos personas, sin que dejaran rastro alguno de ubicación, al no llevar consigo ningún dispositivo móvil que pudiera situarles en Lomo Redondo a las 23.30 horas del 15 de agosto.
La posibilidad de que el incendio fuera intencionado cobra fuerza tras los sucesivos conatos -hasta seis- que se dieron por el Valle de Güímar y El Rosario desde medianos de julio, tal y como aseguró el alcalde de El Rosario, Escolástico Gil, con muy buenos contactos en la Guardia Civil por su anterior trabajo en la Dirección General de Tráfico.
Un día antes de aquella sucesión de conatos, se detuvo en Los Realejos a un hombre de 50 años como presunto autor de varios incendios en el norte de Tenerife, ya objeto de investigación por su profundo conocimiento del entorno forestal, sus conocimientos relativos a las labores de extinción y antecedentes por hechos similares ocurridos desde el año 2007. En 2016 fue detenido, pero no hubo pruebas para enjuiciarlo. En su vivienda los investigadores intervinieron la ropa que, presuntamente, vestía en el momento de cometer los hechos, 25 mecheros, 25 velas, 113 trozos de papel enrollado con aspecto de mecha, dos botes de alcohol etílico y un teléfono móvil.
Un pirómano se enfrenta a una pena de entre 10 y 20 años de cárcel cuando provoque un incendio, sea el que sea, y que cause peligro para la vida humana o integridad física. Así lo dice el artículo 351 el Código Penal y el 352 que se centra en los incendios forestales. Si no hay peligro para la vida o la integridad física, los hechos se castigarán con penas que oscilarán entre uno y cinco años de cárcel, y con multa de 12 a 24 meses. Daños El Cabildo ha evaluado en 80 millones de euros el coste de los daños ocasionados por el incendio. En los municipios del Valle de Güímar, a tenor de las cifras ofrecidas por los ayuntamientos al Cabildo y a la Subdelegación del Gobierno, esta cifra supera los tres millones de euros: un millón y medio, en Arafo; un millón, en Güímar, y 800.000 euros, en Candelaria. A los que habría que sumar, en este último municipio, 67.000 euros de gasto corriente para atender al personal que trabajó en las labores de extinción. Cifras todas ellas aproximadas, dado que todavía queda por evaluar la afección en fincas privadas y la disponibilidad o no de pólizas de seguros, así como en el sector agrícola, sobre todo en frutales, viñedos y castaños, además de en la ganadería, con especial afección en la apicultura, con la desaparición de muchas colmenas.