Por Rafael Torres.| Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar. Es difícil encontrar un adagio más mezquino y, sin embargo, habría virtud en no dar a Puigdemont lo que pide a cambio de su apoyo a la investidura de Sánchez. Tampoco es, ciertamente, que el réprobo pida por vicio, pero no darle lo que pide, poco menos que la luna, situaría las cosas en sus justos términos, pues no se puede dar lo que no se tiene. O dicho de otro modo: ni el gobierno puede amnistiar (olvidar) delitos gravísimos, y menos si sus ejecutores amagan con reincidir en ellos, ni promover un referéndum de autodeterminación que no convoque a todos los titulares del patrimonio común de la nación, es decir, a todos los españoles. Ahora bien, si virtuoso sería el reconocimiento de esa sencilla verdad, también lo sería, y más si cabe, la firme apuesta por la plena reconciliación por otras vías, que hay muchas y la mayoría inexploradas. Es más, entre las que sí se han explorado se encuentra la más virtuosa de todas democráticamente hablando, la vía electoral, y por ella hemos sabido, según los resultados de las últimas elecciones habidas en Cataluña, que barrió el PSC, el partido que ofertó la política de diálogo, respeto y equilibrio que la sociedad catalana expresó mayoritariamente querer. Porque ni se puede seguir jugando en el campo embarrado de la judicialización pura y dura, sin fin, fabricando mártires fuera de temporada, ni se puede devolver íntegra la dignidad a quien nada hizo por conservarla, ese Puigdemont que huyó cual Capitán Araña mientras sus pares se comían el marrón. Porque Junts, del que dependería la continuidad de una política gubernamental que se ha revelado exitosa en Cataluña, es Puigdemont, ese farsante que siempre antepuso sus intereses personales y de clan al interés general, con los tristes resultados que se conocen y se siguen arrastrando. El azar ha colocado a semejante personaje, que nada bueno hizo y mucho dolor y frustración provocó, en la suprema posición arbitral. De él depende que el próximo gobierno sea el de la continuidad en la senda de la convivencia pacífica, o el regresivo de la patrimonialización de la idea de España por el conchabamiento del PP con Vox. Virtud será no darle lo que pide, y si se ofusca, que arrée, en nuevos comicios, con el resultado de su elección