Hay cosas que no se deben olvidar en la vida, al menos para mí, y una de ellas es el envío puntual al periódico del puto folio. Pero últimamente fallo en el horario de esta obligación y esto me tiene preocupado. Porque para un profesional de esto, aunque en el retiro, el puntual envío del puto folio es un cometido sagrado y de inexcusable cumplimiento. En fin, que me pasó esta tarde, que ya es de noche -o casi- y que sólo la benevolencia de la dirección ha hecho subsanable el olvido, en otro día de calor y de mareas plácidas, cuya existencia provocó que me haya detenido más de la cuenta en mirar al mar, que es otra obligación para un portuense, nacido y criado en el olor de las mareas. Es curioso también cómo cambia el color del mar en esta maledicente y antigua aldea de pescadores, convertida en ciudad desde que a Isidoro Luz se le ocurrió solicitarlo al Ministerio de la Gobernación. Dicen que el título iba para otro pueblo de Tenerife -creo que Tacoronte- y lo mandaron al Puerto, cuando todavía en el Puerto no había nada y en Tacoronte, al menos, crecían las viñas. En todo caso, leyenda o realidad, la anécdota ahí queda y a pocos debería importar ya. Pues, mira, la visión del mar me ha regalado el artículo, que tenía abandonado esta tarde de dolce far niente, o sea, del nada que hacer. Sólo fútbol, hoy he visto cuatro partidos, además de mirar al mar por la Punta del Viento, con miles y miles de turistas transitando cada día por el paseo, mirando para el mismo sitio. Cada vez agradezco más mi retiro aquí, donde los vejestorios se sienten como en casa. Yo, ni les digo, nací en la calle Blanco y viví en la plaza del Charco. Casi nada.