Un ladrón que robó objetos de un coche, aparcado en una localidad de Gran Canaria, fue detenido por la policía, al volver al lugar de los hechos tras cometer su acción. ¿Motivo del regreso?: se le olvidó la mochila. El pedazo de tolete no reparó en que la policía había llegado al lugar de los hechos y los agentes le echaron el guante en cuanto apareció por la vuelta. Hay ladrones muy bobos. Recuerdo aquel que robó en una joyería por el sistema del butrón. El investigador del caso, nada más llegar a la tienda, dijo: “Esto es obra de Fulano de Tal” (y aportó la procedencia del ladrón, de una determinada isla). Los policías, admirados por la sagacidad de su jefe, le preguntaron cómo había llegado a esa conclusión. Y el inspector les contestó: “Muy sencillo, porque abrió dos agujeros, uno para entrar y otro para salir”. En varias ocasiones he redactado sucesos en los que el caco se deja atrás el DNI o la foto de su madre, con lo cual se demuestra que la profesionalidad no impera en la mayoría de los robos. Se trata de firringallos y saltimbanquis, de elementos barriada que se no se arriesgan sino a entrar por una puerta del juzgado y salir por la otra porque la mayoría de las veces roban por importe menor a los 400 euros, que creo que es el mínimo para pasar un par de días en el talego, porque mucho más tampoco están. Dicen que han aumentado los robos y hurtos en Canarias y aquí tienen la razón: porque el castigo no es ejemplar y a veces ni siquiera es castigo. En fin, que somos un país maravilloso por lo permisivo de nuestras leyes y porque esto es cada vez más un puto caos. ¿Qué hacer? Mejor, nada.