que flota en la memoria

Poeta viejo, poeta joven

Hay un tipo de poetas que siente la necesidad compulsiva de arrimarse a poetas mayores que él (o ella) para obtener algún tipo de beneficio. Este, el beneficio, puede ser de tipo económico, político, reputacional o incluso, lo que es menos frecuente, estrictamente poético. Por ejemplo: puede ocurrir que el poeta de avanzada edad tenga la capacidad de poner en contacto al poeta más joven con una editorial dispuesta a pagarle una suma más o menos sustanciosa por un libro de poemas, por un prólogo o por una antología; también se da el caso de que el poeta provecto provea (me tomo la libertad de aliterar, ya que hablamos de poesía) al poeta en ciernes de un puesto como el de director de una biblioteca regional, el de subdirector general del libro en el ministerio del ramo o, por qué no, el de presidente de alguna prestigiosa institución relacionada con las letras, la pesca o la halterofilia.

Igual de frecuente resulta que al poeta ajado, pero no por ello menos poderoso, le sea requerido escribir un prólogo para el primer o segundo libro de su devoto admirador: puede ocurrir entonces que, a falta de tiempo o de energía, el poeta octogenario le pida al poeta imberbe que redacte él mismo el prólogo deseado y se lo pase luego para estampar en él su firma, sello y rúbrica. (El resultado de estas operaciones es de lo más variopinto y podría escribirse una tesis doctoral sobre los prólogos apócrifos de poetas célebres; posiblemente habría que remontarse a los poetas de la dinastía Tang.) Entre los beneficios estrictamente poéticos cabe señalar el aprendizaje de técnicas, la imitación no declarada de estilos y temáticas o la incorporación del poeta novel a una tradición inaugurada o continuada por el poeta vetusto, lo que a la larga lo hará formar parte de antologías, revistas, festivales y congresos.

Ocurre a veces, sin embargo, que esta pléyade de admiradores se topa de pronto con que su protector, mentor o padrino poético se empecina, por ejemplo, en contraer matrimonio. ¡En hora mala! Se terminaron entonces las veladas en la intimidad, el acceso a los manuscritos traídos del exilio, las peticiones para formar parte de jurados de premios prestigiosos o, al contrario, para ganar premios de copiosa cuantía. Y lo peor es que un día el poeta morirá y muchos años después su viuda, a saber por qué motivo, escribirá unas memorias y lo revelará todo. ¡Qué desgracia!

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