L a semana de alto nivel del 78º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas que se desarrolla estos días en nueva York tiene un lema que, si fuese una plegaria, solo cabría decir amén. “Reconstruir la confianza y reactivar la solidaridad mundial: acelerar las acciones dentro de la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible hacia la consecución de la paz, la prosperidad, el progreso y la sostenibilidad para todos”. Música celestial en un panorama internacional atravesado por problemas de toda índole, económicos, políticos, militares, identitarios… Tiempos de “guerra templada”, que es una situación que, en un gradiente térmico, estaría más cerca de la guerra caliente, de la guerra convencional, de lo que estuvo el mundo desde el final de la II Guerra Mundial hasta la “caída del muro de Berlín”, aquel periodo de la amenaza/disuasión nuclear que llamamos “guerra fría”.
En este escenario, el foro de la Asamblea General de Naciones Unidas al que los líderes mundiales acuden para reunirse, discutir, expeler sus cuitas y explicar urbi et orbi desde la tribuna de oradores su particular visión de la marcha de los asuntos del mundo, actúa como una formidable válvula de alivio de presión que evita que el desorden internacional reinante desemboque en más conflictos. Y todavía hay quien se pregunta que para qué sirve la ONU. Sin pretender hacer un repertorio sumario de las causas de los equilibrios inestables que padecemos y que la ONU trata de atemperar, basta reparar en las hambrunas y enfermedades, las forzadas migraciones masivas, el cambio climático, la guerra vicaria de Zelenski contra Rusia en Ucrania, las difíciles relaciones militares, políticas y comerciales de Estados Unidos y China, que condicionan la escena global, la escalada militar de los ejércitos privados de Rusia en el Sahel y otras zonas de África en detrimento de la presencia de los países occidentales, la reforzada presencia de China en todo el mundo y su impulso al grupo de países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ahora ampliado, para crear una agenda propia desde el sur global. Aunque la mayoría de la población considera que la ONU ha hecho del mundo un lugar mejor y que su papel es esencial para afrontar los desafíos globales, hay voces que atribuyen la inestabilidad actual a la dislocación del poder real de la Organización, esclerotizada y enrocada, dicen, a causa del derecho de veto en el Consejo de Seguridad que conservan los cinco miembros permanentes (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y la República Popular China) por lo que reclaman su modificación para que pueda afrontar de manera eficiente la tarea de mantener la paz y la seguridad en el mundo.
El Consejo es el único organismo de la ONU que puede tomar decisiones y obligar a los miembros a cumplirlas, pero no siempre es capaz de lograrlo por el veto cruzado de los miembros permanentes, que perpetúan en la toma de decisiones la foto fija de la dialéctica de poder que alumbró la “guerra fría” y que ya no sirve porque el mundo ahora es diferente. Los intentos de cambiar la estructura del Consejo de Seguridad empezaron con la conferencia de la que salió la Carta de la ONU y no han cesado desde entonces, pero el único cambio habido hasta la fecha ha sido la novación del nombre oficial de China tras el triunfo de la revolución de Mao y el de Rusia al desaparecer la URSS. Si durante casi ochenta años ha sido imposible llegar a un acuerdo para modificar la estructura, habrá que tener tanta paciencia como imaginación para acertar en la formulación de una propuesta que puedan suscribir los cinco estados que retienen el derecho de veto, ya que, como escribió el historiador británico Paul Kennedy en 2006, “todo el mundo acepta que la presente estructura (del Consejo) es defectuosa. pero el consenso de cómo arreglarla permanece fuera de alcance”.
Han fracasado todos los intentos para aumentar el número de miembros permanentes, que con especial insistencia han reclamado Alemania, Brasil, India y Japón y se da la paradoja de que Japón y Alemania, los grandes derrotados en la II Guerra Mundial, son ahora, con EE.UU., los principales financiadores de la ONU y que Brasil e India, aspirantes a miembros permanentes, son los países que más efectivos aportan a las misiones de la ONU para el mantenimiento e imposición de la paz.