La cabeza del gran Pedro González regresó a su morada de cemento. El artista y político hubiera sido el primero en perdonar que alguien –seguramente cargado— arrancara sin violencia su busto y se lo llevara prestado. Pedro era un liberal. Cuando el Ayuntamiento de La Laguna se convirtió en el coño de la Bernarda, siendo él alcalde en los albores democráticos, Pedro se situaba en la puerta de su despacho frotándose las manos; a todo el mundo que pasaba por allí, le decía, descojonado: “Esto está que arde”. Ha sido uno de los grandes mandatarios municipales de Aguere, el hombre que hizo pintar de rosa la catedral y que puso agua y patos en los secos canales de la vieja ciudad, dicen que construida sobre una laguna. Pedro fue protagonista de acciones memorables, como soportar como un estoico la propuesta de un concejal chalado: felicitar a Leónidas Breznev por el aniversario de la revolución bolchevique. Cuentan que, cuando recibió el telegrama, Breznev no durmió esa noche; de la emoción. Pedro González sobrevivió a todos los circos y es curioso que ahora sea su cabeza la protagonista de una historia, cuando él le decía a todo el mundo que su época pictórica de los melones calvos estaba inspirada en la testa de Pepe Segura, que también ejerció la alcaldía. Pedro dejó una obra maravillosa y todas sus etapas fueron buenas: Teides, tejados, coches, cabezas. En estos días, el tipo cargado que se mamó la suya la ha devuelto a su pedestal, como un signo de respeto. Se lo pensó siete meses, lo cual es mucho pensar, pero Pedro habrá acusado recibo del arrepentimiento y lo habrá perdonado, desde allá donde esté, rodeado de paletas y pinceles. Los cuadros que nos dejó hacen que el pintor no haya muerto del todo. Y ahora, además, ha recuperado la cabeza.