Por Rafael Torres
Se sabe que la primera víctima de una guerra es la verdad, pero en la salvaje y asimétrica guerra emprendida por Israel contra la población civil de Gaza como represalia por la agresión no menos salvaje de los terroristas de Hamás, el asesinato de la verdad no es perpetrado sólo por los contendientes en beneficio de sus respectivos intereses propagandísticos, sino que es ejecutado en todas partes y a todas horas, en las cancillerías, en los noticiarios, en las tertulias, en las redes, en los bares, y a menudo no por interés particular alguno, sino por puro desprecio a la verdad. O dicho de otro modo, en este absurdo forcejeo de posicionamientos: ¿Tan difícil o molesto es entender que una banda terrorista actúa, por serlo, sin la menor sujeción a la ley y al derecho, sin respeto a la vida humana, sin atender a ningún criterio racional y sin ningún apego a los principios básicos de la civilidad, en tanto que un Estado, por serlo, no puede bajo ningún concepto actuar del mismo modo, a menos que se proponga renunciar a su naturaleza, a sus compromisos y obligaciones, para constituirse en oscura entidad también adscrita al terror? La verdad, por lo que se ve, muere ignorada, y con ella, miles o cientos de miles de seres humanos inocentes atrapados entre el horror de Hamás y la furia despiadada y vengativa de un Netanyahu letal para los palestinos y los israelíes. Pero la verdad, viva o muerta, está ahí: es la que vemos. Ayer nos mostraba a unos tipos enloquecidos, sedientos de sangre, matando y secuestrando cuanto encontraban, y hoy una matanza, preámbulo de un genocidio. No hace falta esperar, como al parecer se espera como “inminente”, a su supuesto inicio: ya van cerca de 3.000 muertos y 10.000 heridos en Gaza, la inmensa mayoría civiles, a causa de los brutales bombardeos sobre la cárcel en la que viven. No es menester esperar a la ofensiva erradicadora “por tierra, mar y aire” para que el siniestro cómputo de víctimas crezca, pues sin agua, sin luz, sin alimentos, sin higiene, sin hogar, sin refugio, sin rumbo y sin esperanza, el contador mortal ya no para. No para ni parará ese contador porque nadie lo para. Solo EE.UU. podría pararlo, pero manda gasolina al fuego, más armas, disimuladas con la vana recomendación a Netanyahu de que no se pase demasiado. Entre tanto, la verdad muere abrazada a los muertos de esta guerra.