tribuna

Carmen me mola

Tres patas es lo mínimo que se le exige a un mueble para mantenerse de pie. De igual manera, tres son los miembros que necesita un organismo para que pueda ser deliberante. Siguiendo estas premisas obligatorias empiezo a entender a Carmen Mola. Les recuerdo que este fue el nombre que adoptaron los tres guionistas que ganaron el Planeta con La Bestia. Yo siempre había entendido que lo de la escritura era una aventura individual, pero va a ser que no. Tal vez esto sea debido a que no he encontrado a alguien con el que sea capaz de identificarme para escribir un libro juntos y que coincidamos en todo lo que pensamos. Después me doy cuenta de que las cosas no son así; que en el proceso de elaboración de un libro intervienen editores, lectores y correctores, que entienden de esto más que el propio autor. Sin ellos, los escritores estaríamos perdidos. En realidad, todos confluyen en la aplicación de un algoritmo, una fórmula mágica que garantiza el éxito. Esto lo conocen los publicistas y los sociólogos de andar por casa, que han invadido el mundo de la comunicación y lo han convertido todo en un mensaje breve y conciso, en un relato donde se condensen todos los deseos de sus posibles clientes. También la política se ha convertido en eso, o tal vez siempre lo fue, desde el momento en que se considera un instrumento para conducir a las masas. Pero lo de escribir libros es otra cosa. O al menos eso era lo que creía. El lector tiene la esperanza de que está realizando un acto individual cuando se conecta con el autor, que existe una conexión íntima para interrelacionarse con él, para comprenderlo y, a la vez, disponerse a recibir su mensaje sin reparos. Nunca sospechará que un equipo ha estado deliberando previamente cómo le iba a contar las cosas para que funcionaran. Si se trata de un grupo se sentirá invadido abusivamente por los que han estado calculando cuál es la mejor forma de llegarle. Alguien le estará haciendo bullying, porque el bullying es el acoso de un grupo más fuerte ejercido sobre una persona a la que se le considera más débil. Hay muchas formas de hacer bullying, de acosar con la verdad indiscutible, de imponer la idea única y verdadera, el estilo irreverente del que solo pretende conquistar las mentes de sus acólitos. Por eso existen las Carmen Mola, los gabinetes de estudios sociológicos y los laboratorios para crear programas que arrasen con la voluntad de los demás. Esto no significa que, en ocasiones, se pueda torear al alimón. He leído libros escritos a medias, como Las crónicas de Bustos Domecq, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, pero siempre distinguí cuando hablaba uno y cuando lo hacía el otro. También me gustó la experiencia epistolar de Michel Houellebecq y Bernard-Henry Lévi, en Enemigos públicos. Pero estos libros pretendían confrontar el pensamiento de los aparentemente coincidentes y no escondían sus nombres bajo un pseudónimo. Lo de Carmen Mola es otra cosa. Es la demostración de que la Inteligencia Artificial está a la vuelta de la esquina y que será capaz de falsificar un híbrido de nuestro pensamiento para que sea admitida su globalidad. Dado el éxito, Carmen Mola escribe más libros que se venderán entre las masas que admiten y aceptan gustosos el fraude. Ya sabemos cómo es. Quizá siempre fue así y yo no me había dado cuenta hasta ahora. Todo debió empezar el día que a un fabricante de caldo de pollo se le ocurrió comprar una editorial.

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