Ha cambiado la forma en que nos cuentan la guerra. Siguen matando periodistas, pero ahora las grandes cadenas norteamericanas envían menos corresponsales a las batallas -CNN, Fox, etcétera-. Hoy en día, los drones sobrevuelan las trincheras y transmiten puntualmente lo que ocurre. En lo de Gaza observo más repetidas imágenes que antañazo, cuando la guerra del Golfo, la anterior del Yom Kipur y la de los Seis Días. Los americanos, y hacen muy bien, practican un periodismo más limpio que el latino, un ejercicio de la profesión que huye de las imágenes muy desagradables que se transmiten por la televisión y se publican en digitales y diarios impresos. Y si emiten algo fuerte, advierten antes. Al Jazzira, porque es árabe, es mucho más laxa en la exposición pública de imágenes violentas. Una de las razones por las que yo me convertí en periodista fue, de niño, leyendo las crónicas de Luis María Anson durante la guerra del Congo. Naturalmente, en el ABC verdadero. Otra de las razones fue el impacto que me causó el terremoto de Agadir, en 1960. Tenía yo entonces trece años. Escribí una crónica, con tiza, en una gran pizarra escolar que tenía en casa. Mi abuelo la leyó y le dijo a mis padres: “Olvídense de todo, este niño va a ser periodista”. Acertó, pero debieron insistir para que no intentara ser, antes, abogado y médico. Yo creo que salió ganando el público, pero yo perdí el tiempo. Hubiera sido un pésimo médico, a lo mejor habría tenido más suerte en el mundo del derecho. La guerra de ahora es la guerra del dron, lo cual significa un avance en vidas y un retraso en emoción. Quizá lo valoremos más los periodistas urbanos, que no henos arriesgado nunca un carajo.