La crónica de los judíos es de todos conocida. Un pueblo que ha sido rechazado, sojuzgado, desconsiderado, vejado o apartado del mundo de los civilizados, los guetos. No tanto alarma la religión; alarma la entidad señalada que como tal se manifiesta: las ocupaciones, las costumbres, el modo de vestir, las sinagogas o los rituales en su punto. Y del rechazo se constata una de las atrocidades más portentosas de la historia de la humanidad: el extermino nazi. De ahí el devolverles las tierras conquistadas después de la huida de Egipto con Moisés para construir su Estado. Lo que atusa esa prueba es la reiteración fidedigna: una plebe entre distintos, muchos de los cuales se proclaman enemigos. Choca otra vez la responsabilidad de ser judíos contra el fundamentalismo imperialista de los árabes. Así se constata: el Israel que somete a Palestina. Pues se atisban dos posiciones encontradas ahí: la progresista que dio con los acuerdos de Oslo y la ultraderechista que retiene y sanciona el caos. Y eso ocurre: una dirección que asumiría a los dos estados en concordia y otra que solo gestiona el conflicto. Por las dos partes: Netanyahu en contra, Hamás en contra. Los dos extremos se encuentran: los radicales de Hamás lanzan cohetes contra civiles, se adentran en territorio enemigo, matan (1400) y secuestran. La respuesta no se hizo esperar ni las consecuencias. Hakim El Masry nació en Gaza, vivió en Gaza y tiene toda su progenie asentada en Gaza. Pero amarró la consecuencia del futuro y se aprestó a formarse como médico a fin de ser útil a su pueblo. Se trasladó a Granada, la ciudad de la Alhambra. Y en su espléndida universidad comenzó a construir con solvencia su porvenir. Un pormenor familiar lo hizo retroceder parcamente a su lugar de origen. La luminosa mañana del 7 de octubre del presente, la primera bomba estalló, hizo retumbar todos los edificios de la vecindad y horadó un agujero ingente en el suelo. Hakim tenía noticias confusas de lo que sucedía, pero después de aquella explosión sabía lo que iba a ocurrir. Así es que no huyó, no pudo huir. Tampoco apretó contra su pecho un fusil de asalto suministrado por Corea del Norte. Eso no, porque él era un sujeto pacífico y razonable que conocía una zona del mundo pacífica y razonable. Se dispuso a ayudar en lo que podía porque a su alrededor todo comenzaba a verse devastado. Y uno de esos proyectiles alcanzó a su casa. Su madre cayó fulminada por la metralla. Su hermano Abdel también. Su padre se retorcía en el suelo con un pie destrozado. Y él clausuró la fábula de su destino cuando una pared cayó sobre sí al intentar meter en su refugio a los supervivientes. Así agonizó la historia de la medicina.
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