Por Rafael Torres.| Al parecer, los militares israelíes que están reduciendo Gaza a escombros y sepultando en ellos a sus habitantes encontraron en los bolsillos de los terroristas de Hamás que perpetraron la matanza del 7 de octubre algunas pastillas de Captagón, la llamada droga del yihadismo. Esa droga, que circula masivamente por Oriente Medio desde hace años, es una anfetamina que quita el miedo, el hambre, el sueño, la fatiga y la empatía, por lo que resulta un estimulante muy indicado para matar, ya sea a hombres, ancianos, mujeres o niños. Pero a los militares israelíes que están ejecutando el genocidio de Gaza ante la pasividad o la impotencia del mundo civilizado se ve que no les hace falta el Captagón para hacer, y de la misma manera despiadada y salvaje, lo mismo. Matar y matar, con droga y sin droga. El Captagón es heredero del Pervatín, la metanfetamina que les daban a los soldados de la Werhmacht para sentirse los amos del mundo, y luego, cuando se volvieron las tornas, para aguantar las miserias de la derrota hasta la muerte mientras seguían cometiendo sus atrocidades contra los civiles en colaboración con las Waffen SS. Una píldora tan pequeña, tan insignificante, puede contribuir a generar los más espantosos crímenes, pero existe algo más insignificante aún, tanto que resulta a primera vista invisible, y ese algo es el odio. Puede que a los terroristas de Hamás el Captagón les facilitara asesinar a cuanto ser humano se encontraran, pues esa anfetamina roba el alma, pero al ejército de Netanyahu, ¿qué se la roba? ¿Qué otra droga más potente que el Captagón y el Pervatín juntos, sino la del odio, le roba o le ciega de esa manera el alma para asesinar a tantos miles de personas indefensas, herir a tantas otras y destruir hasta los cimientos la ciudad, Gaza, que habitaban? Tanto ciega esa droga a ese ejército, que bombardea a sus propios compatriotas secuestrados, que se hallan también en la urbe pulverizada y se hermanan en la muerte con las víctimas gazatíes. El siniestro contador no para: 10.000 muertos por las bombas, que mañana serán 11 o 12.000, más de 20.000 heridos que mañana serán más, 5.000 niños quemados, reventados. Y de los supervivientes, ¿qué podrá esperar Israel en el futuro? ¿Y qué futuro para nadie en ese campo sembrado de odio y sal?