Aprovecho la tregua de temporada baja que nos concede este mes de octubre en Canarias (tendremos entre un 15% y un 25% menos visitantes que en temporada alta) para echar un vistazo sosegado a la primera industria nacional, el turismo, que es un importante fenómeno económico, social y cultural , supone el 13% del PIB nacional en el conjunto de España y en Canarias alcanza en torno al 35% del PIB y el 40% del empleo.
El sector goza de buena salud, pero hay algunas señales, por ahora de alerta temprana más que de emergencia, que aconsejan adelantarse antes de que se conviertan en problema. Un estudio realizado por el Instituto Elcano sobre el posicionamiento de España como destino turístico señala que al 24% de los europeos que nos visitan les molesta (les causa insatisfacción) la masificación del turismo en nuestro país, las playas abarrotadas y las calles del centro urbano de las ciudades llenas de turistas a todas horas. Y en la misma línea, hace más de cinco años el barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona encendió una luz roja al constatar que el 20% de los ciudadanos consideraba que el turismo era el principal problema de la ciudad.
Desde la década de los sesenta, cuando despega el sector en España, el beneficio económico ha tenido siempre su contrapunto de sombra. A las más que discutibles actuaciones urbanísticas y medioambientales perpetradas en los años del desarrollismo con la construcción de hoteles y apartamentos al borde mismo del mar, le han seguido el consumo excesivo de agua para el mantenimiento de campos de golf y otras instalaciones creadas para solaz del turista, el “asalto” de determinados espacios públicos por una turbamulta de foráneos y la proliferación en algunas zonas de grupos conflictivos que parecen solo interesados en el turismo de desmadre y borrachera.
Lo diré sin rodeos, el turismo, que globalmente tanto aporta a la economía española, altera ya más allá de lo razonable la vida cotidiana de los vecinos en las zonas más tensionadas, donde se multiplican sin apenas control los pisos turísticos, que son un factor determinante en la gentrificación del centro de las ciudades. Por ese camino, si la población residente se siente incómoda por la irrupción masiva de visitantes, podría llegar a producirse el rechazo hacia los turistas, difundir una imagen negativa de España como destino y entrar en una dinámica muy peligrosa que desencadenase un proceso de desencanto con la oferta de España y la huida hacia otros países, un proceso que sería difícil de detener por muy necesario que sea el turismo para nuestra economía y elevada la inversión realizada. Si no cuidamos y ordenamos responsablemente el sector, corremos el riesgo de morir de éxito, de matar o dejar morir la gallina de los huevos de oro.
Ahora que en términos económicos las cosas van bien en el sector es el momento de revisar a fondo las paredes maestras del modelo para reducir la masificación y ajustar los recursos de todo orden, fundamentalmente hídricos, de modo que nuestra primera industria pueda ser sostenible en el tiempo. Es necesario también planificar y programar las medidas necesarias (también de higiene y policía) para poner fin a la “patente de corso” para asaltar calles y monumentos de la que parecen gozar impunemente algunos visitantes, revisar la reglamentación sobre pisos turísticos y vigilar su cumplimiento para evitar molestias a propios y extraños.
Hay que explorar con imaginación alternativas para diversificar actividades y reducir riesgos, que en el caso de Canarias es una tarea absolutamente perentoria. Además de la ejecución de las estrategias contendidas en el Plan Estratégico de Canarias para el Turismo, el gobierno del señor Clavijo debe poner y mantener lo mejor de sus energías y recursos para diversificar la economía del archipiélago y adelantarse a dar solución a los problemas que genera un modelo de crecimiento invasivo para el territorio y la población.
Es un lugar común afirmar que en Canarias debemos ser menos dependientes del turismo y que necesitamos crecer en negocios vinculados a nuevas tecnologías y cultura y también, con innovación, en los sectores tradicionales (agricultura, pesca, e industrias de transformación de productos del mar y la tierra) y sacar más provecho a la situación geoestratégica del archipiélago, en áreas como logística a gran escala, instalación de industrias de mantenimiento y recuperación de barcos y aviones y mil cosas más. Nihil novum sub sole, pero queda mucho por hacer.