tribuna

¿Qué es un profesor de lengua? (I)

Por Marcial Morera.| Simplificando abusivamente el inventario, podríamos decir que existen dos tipos de profesores de Lengua radicalmente distintos: profesores de Lengua cuya función es enseñar a hablar y escribir la lengua que les concierne y profesores de Lengua que tienen como cometido explicar (es decir, hacer explícito lo que está implícito) la lengua que se les haya encargado enseñar y los textos que se hayan construido con ella a lo largo de los tiempos, sean estos recientes o remotos. De los primeros, que ejercen su magisterio en la enseñanza primaria y en las academias y escuelas de idiomas, respectivamente, y que tratan la lengua como mero instrumento de comunicación, sin más, sin tener en cuenta el alma interna de las palabras, no vamos a hablar aquí. Nos referiremos solo a los segundos, que son aquellos que imparten clase en la enseñanza secundaria y en la enseñanza universitaria.

¿Y cuál es, dicho de forma más específica que lo apuntado, la función de este tipo de profesores? Pues su función abraza dos aspectos distintos. Primero, hacer explícito o desvelar el mecanismo del idioma que enseñan: esto es, el conjunto de sus raíces léxicas (por lo menos, las más importantes, porque las raíces léxicas son legión), su sistema gramatical y su sistema fonológico; es decir, la langue saussureana. Y segundo, explicar el uso que de este sistema hacen sus hablantes en la realidad concreta del hablar; es decir, la parole saussureana. Y esto último tanto en su manifestación hablada como en su manifestación escrita; en particular, la literaria, que, por su complejidad y originalidad, es la más elevada de todas ellas.

Sin un conocimiento profundo de la lengua en que están escritas los textos que la constituyen, es imposible explicar bien la Literatura, porque la Literatura es en primera instancia, por definición, un producto del lenguaje, como se ha sabido siempre, desde la vieja Retórica hasta la nueva Crítica literaria, sobre todo, la derivada del Formalismo ruso. En efecto, sin el conocimiento profundo de los misterios de la lengua en que están escritos, las clases de Literatura no pasarían de ser otra cosa que recuento de argumentos de los poemas, las novelas y los dramas que se consideran, que es lo menos literario que existe, porque, como se sabe desde hace tiempo, lo que caracteriza a los textos, cualesquiera que estos sean, no es su fondo referencial, como pensaba la vieja Poética, sino su forma lingüística: las palabras, las oraciones y los fonemas que los conforman.
Un profesor de Lengua tiene que saber explicar de forma cualificada (no subjetiva o impresionista) en qué radica la diferencia entre los versos machadiano “Érase de un marinero/ que hizo un jardín junto al mar” y la expresión común referencialmente equivalente “Érase un marinero que hizo un jardín junto al mar” o “Era un marinero que hizo un jardín junto al mar”; entre los versos juanramonianos “No le toques más/ que así es la rosa” y la expresión referencialmente equivalente “No la toques más, que así es la rosa”; entre la expresión común “Juan salió de casa a las siete” y la expresión referencialmente equivalente “Juan salía de casa a las siete”; entre la expresión común “Te mando un fontanero que te lo arregla” y la expresión referencialmente equivalente “Te mando un fontanero que te lo arregle”; o entre los versos de Góngora “Aprended, flores, en mí/ lo que va de ayer a hoy,/ que ayer maravilla fui,/ sombra de mí aun no soy” y la expresión referencialmente equivalente “Aprendan, flores, de mí lo que va de ayer a hoy, que ayer fui maravilla y hoy no soy ni sombra de mí”, por ejemplo.

Por tanto, en un estudio racional de la Lengua, es tan importante la teoría como la práctica, porque solo a la luz de la teoría pueden explicarse los hechos prácticos. En la ciencia, explicar la parte práctica o sustancial del objeto que se estudia requiere conocer la teoría propia (no la inventada por los malos científicos, por llamarlos de alguna manera) de ese objeto, porque la parte práctica o sustancial de los objetos no pasa de ser otra cosa que mera manifestación de su teoría o alma. Por eso, carece enteramente de justificación esa corriente pedagógica alérgica a la teoría que se inició en España y otros países europeos desde finales del siglo pasado, y que vemos todavía coleando en tantos centros educativos de nuestro país, por lo menos. ¿Se trataba de una rebelión contra las malas teorías, o era más bien un intento de disimular la ignorancia de lo que debía saberse o eludir el esfuerzo de aprenderlo? Pero hay que decirlo con toda claridad: el saber sin teoría es erudición, porque no pasa de mero inventario o taxonomía de fenómenos, sin explicación alguna. Sin teoría no puede explicarse nada, porque la teoría es quien rige la esencia de las cosas y del mundo.
Y esta práctica pedagógica que comentamos debe llevarse a cabo con una actitud comprensiva y abarcadora de las distintas realizaciones (geográficas, sociales, estilísticas e históricas) del idioma, que solo se encuentra completo en la totalidad de su diversidad. Cuanto mejor conozca el profesor de Lengua la variación sincrónica y diacrónica de la lengua que enseña, mejor podrá explicarla a sus alumnos. El sancocho ‘plato consistente en pescado y papas o batatas guisadas’ canario no se explica ni semántica ni formalmente sin el sancocho ‘alimento a medio cocer’ castellano; ni el sancocho ‘olla compuesta de carne, yuca, plátano y otros ingredientes’ americano, sin el sancocho castellano y el sancocho canario. Por eso, son el español de Andalucía, el español de Canarias, el español de Perú o el español de los pescadores, por ejemplo, tan importantes para el idioma como el español de Castilla o el español de los académicos, procedan estos de donde procedan; del pomposo Toledo o del humilde Sayago, para decirlo con palabras del discreto Sancho Panza.

*Catedrático de Lengua española de la Universidad de La Laguna

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