Por Marcial Morera.| El español de Andalucía no se entiende sin el español de Castilla, como el español de Canarias no se entiende sin el español de Andalucía, ni el español de América, sin el español de Canarias. El español andaluz tiene mucho de castellano, como el español de Canarias tiene mucho de andaluz y el español americano, mucho de canario. Y por eso debe el profesor de español, ejerza donde ejerza su profesión, conocer y respetar todas las variedades de su idioma, no solo porque las mismas son la expresión de tradiciones históricas propias, las tradiciones históricas propias de los pueblos que las hablan, que merecen el más escrupuloso de los respetos, sino también porque, sin ellas, no puede explicar de forma cabal a sus alumnos los usos y costumbres de la suya. Esta es la verdadera función del profesor de Lengua en los niveles superiores del sistema educativo, donde debe evitarse toda actitud purista. Y, como esto es así, carece enteramente de sentido esa opinión que se ha ido imponiendo en el mundo de la enseñanza en los últimos tiempos y que sostiene que todo profesor es profesor de Lengua. Esto constituye una verdadera falacia. Los profesores de Matemáticas, Biología, Historia, Filosofía o lo que sea, no tienen por qué ser profesores de Lengua; no tienen por qué saber, por ejemplo, que el reflexivo se significa ‘mostración interna al predicado’, la preposición de, ‘movimiento de alejamiento sin extensión visto desde el origen’, el pronombre le, ‘dativo de él’, el lo, ‘acusativo de él’, el adverbio aún, ‘momento en acto como límite de una duración’, el pretérito indefinido, ‘tiempo pretérito visto desde fuera’, el pretérito imperfecto, ‘tiempo pretérito visto desde dentro’, el modo indicativo, ‘mostración temporal determinada’, el modo subjuntivo, ‘mostración temporal no determinada’, o que el fonema /ch/ no es otra cosa que una consonante palatal tensa, independientemente de que se realice con más o menos fuerza articulatoria, según las geografías del idioma. Ellos cumplen su función con explicar la nomenclatura y los conceptos de la materia que se les ha encargado enseñar. Y definir nomenclaturas y conceptos no es explicar lengua, los misterios del sistema lingüístico que dan forma a esas nomenclaturas y conceptos, porque las lenguas, como hizo ver el maestro Saussure, no son nomenclaturas ni conceptos, sino estructuras. El profesor de Lengua, por el contrario, sí debe estar en posesión de todos los saberes citados y ponerlos en acción, porque su cometido no es enseñar nomenclaturas, terminologías o conceptos (matemáticos, biológicos, históricos, filosóficos, artesanos, gastronómicos, pesqueros, agrícolas, ganaderos o la que sea), sino sistemas: el sistema fónico, el sistema gramatical y el sistema léxico de la lengua que lo ocupa; sistemas que le permitirán explicar de forma racional todas las nomenclaturas, conceptos y textos que se hayan construido con ellos en el pasado, se construyen en el presente y se construyan en el futuro. Porque las lenguas naturales no tienen solo pasado y presente; el pasado y presente contenido en sus textos literarios, en su documentación oficial y privada, en la parla de sus campesinos, en la parla de sus marineros, en la parla de sus artesanos o en la parla de sus burgueses. Tienen también futuro: las palabras, las oraciones y los textos (neologismos, los llama la pedantería lingüística) que vayan construyendo los hablantes con las invariantes formales y semánticas de ayer, de hoy y de siempre, que son potencia semántica y musical, y no acto o producto histórico; érgon, y no enérgeia, como diría la vieja Filosofía aristotélica.
*Catedrático de Lengua Española de la Universidad de La Laguna