Ayer entrevisté para este periódico a la pintora y profesora de Bellas Artes Lola del Castillo. Yo he tenido siempre debilidad por Lola, porque me parece una artista excepcional, a la que probablemente -como a casi todos los de la generación del 70- no se le ha hecho justicia. La entrevista con Lola la leerán el lunes y seguramente les gustará. Pero hoy voy a hablar, una vez más, de su padre, el gran don Paco del Castillo, director que fue del Banco de Vizcaya en La Laguna. Don Paco tiene mil anécdotas, pero ayer Lola me contó una que yo no conocía. Todas las tardes, don Paco se daba un paseo por el centro de La Laguna, zona donde vivía, y pasaba por la puerta de la catedral. Allí, una viejita le pedía una limosnita por el amor Dios, cada vez que transitaba por la puerta, y don Paco ni caso, probablemente porque la vieja era reiterativa y él ya se había rascado el bolsillo varias veces. Pero en cierta ocasión, la pedigüeña cambió su discurso: “Una limosnita por el amor de Dios y por la Virgen Santísima”. Don Paco la miró, metió la mano en el bolsillo y le dio unas monedas a la señora, al tiempo que le decía: “Con dos avales, sí”. Sólo renunció a la norma bancaria cuando se cumplió el requisito de los dos avalistas. Lo recuerdo, como si fuera hoy, emperchado, en la puerta del banco, interrogando a los que entraban a pedir un préstamo. Si pasaba el examen, el préstamo estaba concedido; de lo contrario, ni de coña. Me alegré mucho ver a su hija Lola, ayer, en Los Limoneros. Y fue una conversación muy grata. De vez en cuando uno se alegra disfrutando de tres horas hablando de todo. Lo último de Lola del Castillo: unas barcas con el color de Sorolla, preciosas.