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El padre Sierra

No hay quien imite tan bien al padre Sierra como el escritor tinerfeño Fernando G. Delgado. Lo clava. Supongo que también conoce algunas anécdotas divertidas del fraile franciscano, que fue prior del convento de San Francisco. Publicaba los sábados en La Tarde unos comentarios evangélicos disparatados; lo reclamaban de algunas parroquias, en la Semana Santa, para que pronunciara el sermón de las siete palabras, dando gritos y poniendo tanto énfasis en las burradas que decía que asustaba a la gente. Cada vez que entraba en la redacción de La Tarde, el periodista Pérez y Borges, que tenía su mesa junto a la puerta, emitía un gruñido. Un día entró el cura de mala hostia y cuando Borges emitió su gruñido se le reviró, le propinó un cachetón y dio con las gafas del periodista en el suelo. En cierta ocasión, un compañero lo vio, sofocado, calle de Villaba Hervás abajo, caminando muy deprisa. Al cruzarse, le gritó: “¡Padre Salvador!, ¿a dónde va tan agitado?”. A lo que el fraile, volviendo la cabeza, respondió: “Al muelle, a buscar a cuatro maricones que me carguen al Señor del Huerto”. Cogía un taxi y cuando llegaba a su destino le soltaba al taxista: “Que Dios te lo pague”, salía del coche y no le daba al pobre conductor ni una peseta. En cierta ocasión íbamos a echarnos un vaso de vino al Puntero Alfonso García-Ramos, Eliseo Izquierdo y yo. Nos encontramos al fraile y se apuntó. “Pero no tenemos dinero, padre Salvador”, le advertimos. En esto que bajaba por la calle Mantecón, que tenía una tienda de cuadros por la zona. El fraile lo detuvo y le dijo: “Hijo mío, este año no me has comprado el almanaque de San Francisco”. “¿Cuánto es, padre?”. “Cien pesetas”. El hombre pagó su almanaque y, cuando se marchó, el fraile nos dijo: “Y ahora, a estallarnos estos veinte duros al Puntero”. Cogimos notable pedo.

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