después del paréntesis

Exterminados

El 15 de octubre del presente año el director iraní Dariush Mehrjui fue asesinado a puñaladas. Conforme relató el Ministerio del Interior de su país, cuatro personas entraron en su casa y procedieron de modo brutal. A él lo mataron en el jardín; a su esposa, la guionista Vahideh Mohammadifar, autora, entre otros, de Teherán, Teherán (2010) o Ashbah (2014), la remataron en su habitación. El inductor de tal atrocidad fue un jardinero, a quien, según relatan, el artista debía 600 euros. Mas para el caso las preguntas se suceden. ¿Es asumible que una persona con haberes deba la cantidad dicha a un trabajador de su casa? Y de las respuestas se constatan las sospechas. Porque para el gobierno ultraconservador y fundamentalista de Irán tanto el cineasta como la escritora no eran ejemplos a seguir por sus doctrinas. ¿Intervino en la ejecución, como otras veces ha ocurrido, el Estado? Eso se teme. Y si tal cosa sucedió, el suceso nos da para pensar. En primer término, el miedo sideral de la Patria al pensamiento soberano y a la ejecución singular de los artistas íntegros, responsables, comprometidos y razonables. En este caso, como ocurrió en la URSS en su momento, sujetos que no pueden surgir atados solo al factor del genio, al cine sin pesos autoritarios. Y de ese modo siempre los dichos estados se mueven. ¿Qué oponen a la libertad? No solo la tortura por ser, la desconsideración o la represión (cual ocurre) sino que se apostan sumariamente en la cima de la prohibición, del no dejar obrar. Si fue el poder ejecutor de Irán el que mató, no mató a una persona que muere y muere para siempre, lo que mató es lo que atusa valor a ese hombre en vida: la creación, esa majestuosa obra de Dios, por la cual asentamos la fijeza y lo sublime para la eternidad. Mehrjui y Vahideh fueron grandes agentes de la cultura y del cine iraní. Él con su debut en el año 1966. Dariush Mehrjui se aupó como líder de lo que se llamó la Nueva Ola Iraní. Se ganó ese aliento por su obra: La vaca, 1969, esa historia que proclama la estimación de ese animal por su dueño, animal que es asesinado y por el que el personaje compone la agonía en transformación. Una excepcional película que fue prohibida durante más de un año por el Ministerio de Cultura y Artes. El cartero, 1972, que cuenta la historia del pobre que descubre la riqueza de su esposa y la mata. Se paseó con éxito por el festival de Venecia, Berlín y Cannes. Se enfrentó a los mismos problemas de censura que La vaca. Y Dariush Mehrjui ganó la Concha de Oro (San Sebastián) por Sara, 1993. Eso arrastró su condición: el arte frente al furor atroz de quien debió reconocerlo y protegerlo.

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