tribuna

Los jinetes del Apocalipsis

Este primer cuarto de siglo (desde el terrible 11-S del año 1) es muy aleccionador de hacia dónde va el ser humano en términos generales. Y, en el caso español, tanto la investidura como la crisis migratoria que nos toca de cerca son el futuro Atapuerca de las disputas que hubo en el seno de una misma especie que se escindió en un momento determinado de la historia de este país.


El actual es un periodo fratricida de clases y partidos políticos, de racismo y luchas tribales, de casus belli, cuyo desenlace no acertamos a pronosticar en un clima tan guerrero como el de esta era, y por eso quedan al albur de un Arsuaga cuando seamos vestigios.

Historiadores, politólogos y cronistas de la Villa y Corte asisten a estas guerras cainitas que envidian tanto a palestinos e israelíes como a tirios y troyanos.


¿Han visto cómo todo tiene un tono follonero que penetra la cultura mainstream, que diría el tiktoker de turno? Sea la investidura y amnistía de Sánchez en las fauces del PP, o la evasión africana vía Canarias (que en la Península rechinan por el color de la piel), o la jura de Leonor ante el plantón de los réprobos republicanos, o la mismísima guerra de Gaza, que opera de fuente de inspiración. El mundo y estos odios sarracenos son caldo de cultivo de lo que quiera que tejen los malignos. Apuesto a que se les tuerce la suerte y seguimos tan campantes.


¿Por qué la izquierda y la derecha se han vuelto sencillamente irreconciliables? Lo que toca es leña al mono. Con seguridad, deduzco que Sánchez y Feijóo se han visto arrastrados por estas aguas negras, lejos de sus premisas. Feijóo reemplazó a Casado como el hombre bueno del consenso y miren en lo que ha acabado, pactando con Vox bajo la mirada de Aznar y Ayuso, renunciando al mito de UCD y el centro grial. Algunas consignas y muletillas en boca de Feijóo lo mimetizan con Abascal, pero en calidad de copia.


El 23J arrojó un resultado maquiavélico. Los cuatro diputados de marras, los que hubieran hecho presidente al gallego en alianza con Vox, fueron el centenariazo del PP, que ya celebraba la victoria con las encuestas en la mano como aquel Madrid su siglo de historia cuando perdió en el Bernabéu ante el Depor o aquella final Brasil-Uruguay del maracanazo. A Sánchez lo condenó a tender puentes con partidos afectos y desafectos y le ha caído la mundial, sin olvidar que hace un año un jubilado le mandó cartas bomba. Si a priori no pensaba en conceder una amnistía al procés, o no por ahora, supo al instante que era la condición sine qua non.


Pero los acuerdos con ERC que vitupera la derecha no difieren de los de Aznar con Pujol, que ya sería amnesia. El líder socialista nunca contó con el beneplácito de Felipe González, en la rivalidad por el pódium de la historia. La política ha ido demasiado lejos en España en estos tres meses con una fricción incandescente. Dudo que Sánchez y Feijóo se hayan profesado una mutua simpatía, pero sospecho que se habrían llevado mejor de no habérseles cruzado en el camino esos cuatro jinetes del Apocalipsis, los cuatro escaños, y si el PP hubiera arropado a su líder como sí ha hecho el PSOE con el suyo después de dejar atrás la operación de Susana Díaz. Todavía resuenan los Ayuso, Ayuso a coro por fuera de Génova la noche del escrutinio electoral.


Ahora estamos en la galería de los espejos que reflejan las dos España de cuerpo entero. La inmigración de África que llega a Canarias y ayer superó oficialmente la crisis de los cayucos (2006) es un test ideológico y moral. No son casuales los apotegmas racistas de la derecha municipal y autonómica al ver entrar por sus ciudades pequeños grupos de subsaharianos derivados de las islas. ¿Pero de dónde procede el homo sapiens y el homo antecessor sino de África? ¿A qué vienen estos remilgos de cuello blanco?


Es el mismo tic que se aprecia sobre árabes y judíos ante las hostilidades entre Israel y Hamás. El ataque palestino del 7 de octubre vale que fue feroz, pero no menos el de Netanyahu contra la Franja y la ONU. Los sucesos de Gaza no se ven con las mismas gafas, sino con las ideologías a la greña.


Un último apunte. Al parecer, la reina Letizia se quejaba ante Sánchez, en la sobremesa del Palacio Real, tras la jura de su hija, de las dos Españas. Era un día para estar orgullosa como madre, no para cogerse un berrinche en vano. Se habían ausentado en el acatamiento de las Cortes tres ministros republicanos y los partidos independentistas. Nada que fuera insólito, salvo el mal gusto de la ministra Ione Belarra (Podemos) pregonando que hará todo lo posible para que la princesa no reine. Churchill no tragaba a la reina de Inglaterra Isabel II y terminaron siendo colegas. La historia es un cúmulo de hechos tozudos. Habría que regañar a alguien por la otra ausencia en el acto del Congreso, la del rey emérito Juan Carlos I, también un hecho tozudo.


La Constitución española es una carta magna de libertad y pluralismo. Caben monárquicos y republicanos, centralistas o independentistas. Y en su ancha capacidad de encaje chirría la ofensiva ultraconservadora, con inconfesables ascendencias políticas, contra un acto intachablemente democrático como el que habrá de celebrarse este mes en sede parlamentaria: la investidura. Esos esfuerzos desesperados, que se vuelven en contra de sus promotores, invocan fantasmas que conviene no despertar y parodian la anatomía de cierto episodio que duerme el sueño de los justos. Que estos polvos no traigan aquellos lodos. ¡Ah, los jinetes del Apocalipsis!

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