El mismo día que Jane Goodall, la primatóloga autodidacta que se hizo célebre con su cabellera rubia en la portada de National Geographic, hablaba en Tenerife la semana pasada, a sus 89 años, de la defensa de los animales y la biodiversidad, ingresaba en una veterinaria de Los Realejos una perra embarazada herida de muerte con una flecha que atravesaba su cuerpo.
El atroz suceso conmueve y provocó estupor en una jornada de calles pobladas de protestas contra el horror machista, que esta vez contaba con la presencia en la isla de la mujer que nos arenga contra el maltrato animal.
La perra abatida con una ballesta en Los Silos dio a luz ocho cachorros, pero tres de ellos y la madre no lograron sobrevivir. La imagen de la víctima tumbada sobre una camilla sobrecoge el día que Goodall, la heroína de los chimpancés, recuerda su cruzada en pro de la vida animal.
En un vídeo que se ha vuelto a ver en su conferencia del Paraninfo de La Laguna se encuentran las escenas de la liberación de Wounda, la chimpancé que se abraza a su cuidadora en el momento de ser liberada en la selva congoleña. Ningún ser humano con sensibilidad puede asistir impasible a esas imágenes que ilustran con absoluta nitidez el grado de comunicación que existe entre nuestras especies. Ese constructo de innegable raigambre que llamamos alma no es exclusivo de los seres humanos. A Yuval Noah Harari le asoma esa sospecha en Sapiens. De animales a dioses. Y Giner de los Ríos no dudó, en 1874, en titular un ensayo concluyente con estas palabras: El alma de los animales.
Podemos seguir matándonos en Ucrania o Gaza, sean niños o adultos, ya importa bien poco a los genocidas del momento presente que hacen las estadísticas de sus guerras redondeando las cifras de los muertos como una mera contabilidad para saber quién va ganando gerencialmente los ignominiosos conflictos de esta era. No pidamos, por tanto, que el ser humano se apiade de los animales que comparten su entorno de vida desde hace millones de años.
Sean o no inteligentes, sintientes y dignos de la posteridad en un rincón del cielo, los políticos sí asignaron a sus especies más características facultades diplomáticas. Y las usaron y usan con tal fin sin importarles sus sentimientos. Los chinos están exigiendo a Occidente la devolución de sus simpáticos y entrañables osos panda porque las relaciones se han tensado y es una muestra de cancelación de la diplomacia panda, como cuando se llama a consultas a los embajadores. Nuestros pájaros canarios han asumido toda una representación diplomática de las Islas, y les debemos la fama de exportar nuestro nombre y el carisma que atesoran, como demostrara Walt Whitman en el poema en el que le habla a su canario con admiración. Pero los seguimos metiendo en jaulas, sin un ápice de libertad.
Manuel Rivas se asombraba de que en el reciente año 2017 (que retumba en nuestros oídos con la matraquilla del procés) el Congreso acordara que los animales eran “seres vivos” y no “cosas”. Hace tan solo seis años, sus señorías aceptaban algo tan elemental. Pese a que cuatro años antes se hubiera difundido el vídeo de Jane Goodall abriendo la jaula a la chimpancé que la abrazaba agradecida. Lo cierto es que en 2023, pese a todas las evidencias, una perra embarazada fue atacada con una flecha en Tenerife, causándole la muerte a ella y tres de sus crías. Es cierto que caen bombas de verdad sobre poblaciones humanas a estas horas en nuestras guerras cainitas. También entre nosotros mismos no distinguimos entre personas y cosas.