Por Rafael Torres. Una actriz puede ser buena, muy buena o excelente, pero Conchita Velasco no encajaba en ninguna de esas categorías ni en ninguna otra superior que pudiera haber, y ello, sencillamente, porque no era una actriz. Era un monstruo de la naturaleza.
Entonces, ¿cómo es posible que interpretara tan bien cualquier personaje, cómico o dramático, en cine o en teatro, de puta o de santa, de inocente o de perversa, de reina o de mendiga, de novia o de filicida, no siendo una actriz sino un monstruo de la Naturaleza? Muy sencillo también: porque en el escenario o ante la cámara era siempre Concha Velasco, una mujer tan enérgica, tan potente, tan radiactiva, que se les arreglaba, merced a su profundo amor al trabajo y a su rigor profesional, para ser, para ser de verdad, todas las mujeres.
O dicho de otro modo: la verdadera Concha Velasco era la que veíamos actuar, y, por cierto, con tanto gusto, pues lo hacía para que la amaran cuantos la veían. Daba igual qué personaje interpretara, el urdido por algún guionista de medio pelo, el soñado por un poeta o el dejado por Eurípides para la eternidad, pues siempre era ella, sus ojos, su gracia, su belleza, su dicción maravillosa, su talento prodigioso, y, por eso, y no porque fuera una actriz, que las había magníficas compartiendo con ella cartel, bordaba siempre, con hilos de oro, sus personajes.
Quien la vio en Los gallos de la madrugada, en un trabajo físico casi inhumano; en Tormento, de mala malísima; en Pim, pam, pum…¡fuego!, de perdedora de todas las guerras; en La colmena, de ángel caído, o en Las chicas de la Cruz Roja, embelleciendo cada fotograma y cada rincón de Madrid, coincidirá en que Conchita Velasco no era una actriz, esto es, que no actuaba, que es que era así, todo eso y más, pues era un monstruo, un monstruo singular, fantástico, hermoso, seductor, irrepetible, de la naturaleza.
No era una actriz, en su trabajo no había el menor fingimiento, su naturalidad no era afectada, pues era ella, con su misterio también, la que estaba ahí haciendo magníficamente lo que fuera. Y ya no está.