La noticia ambiental negativa y alarmante de este mes, junto a las catastróficas consecuencias crónicas de los distintos conflictos bélicos que afectan al mundo, es la contaminación de un vertido al mar de contenedores procedentes de un barco de carga frente a las costas portuguesas y gallegas, de los cuales numerosas sacas llenas de unas pellets de plástico están causando en el mar, en las costas y playas de esta región una grave contaminación marina probablemente extensiva a otros lugares oceánicos lejanos. Mi curiosidad ecológica me llevó a profundizar más a fondo sobre el accidente y mi sorpresa fue mayúscula cuando internet me llevó a un artículo titulado El origen de los contenedores del transporte marítimo. Lo curioso es, como siempre, que la inteligencia humana, en este caso de un transportista de camiones estadounidense Malcolm Mc Lean de mediados del siglo pasado, diseñó a partir de la figura geométrica clásica de los vehículos de transporte terrestre de mercancías, un modelo que, por su estructura modificada, facilitaría un nuevo uso impresionante sobre la cubierta de barcos de cierto volumen.
Pero la noticia dramática actual, en el intenso tráfico marítimo iniciado en 1956 con esta novedad, es que son miles de barcos de estos contenedores los que transportan el 80% del comercio mundial. Con frecuencia durante la navegación caen muchos al mar diariamente por diversas causas. Flotan a la deriva abiertos o cerrados, arrastrados por las corrientes marinas, siendo además un peligro para la navegación. Los que se hunden, destrozados por las presiones marinas de las profundidades, vierten a las cadenas tróficas de los océanos todo tipo de sustancias fuertemente contaminantes y peligrosas y en total pueden ser unos 1.500 contenedores los que caen anualmente al mar.
Con una reflexión divulgativa este botánico nonagenario que inicio en Canarias los estudios sobre flora marina en 1967 al iniciarse en la ULL, la Sección de Estudios Biológicos de la Facultad de Ciencias, quiere expresar lo que le debemos al mar.
Los océanos recubren una tercera parte de la Biosfera donde vivimos y a la que estamos dañando de una manera irresponsable en este tiempo denominado por el químico neerlandés, premio Nobel 1995, Paul Crutzen acertadamente como Antropoceno (la actual era de la humanidad).
Es importante destacar que la historia de la vida empieza en los océanos. Hace cuatro mil millones de años en el planeta todavía joven se elaboraban en ellos las primeras moléculas vivas. Entre ellas, una molécula privilegiada: la clorofila. Nunca se sabrá que genial ser primitivo consiguió fabricar por primera vez esta molécula verde, cuya aparición marca el punto de partida de la historia de las plantas.
Como una placa transparente coloreada de verde, la clorofila descompone los rayos solares: “Absorbe el rojo y el azul y deja pasar el verde”. Pero la energía solar absorbida así no se transforma en calor, como sucedería al atravesar una placa de vidrio. Sirve para realizar una reacción química esencial, combinar el agua, el magnesio de las sales minerales disueltas y el dióxido de carbono del aire para formar, sobre todo, los azúcares que permitieron a las primeras células vegetales engrosar su membrana y acumular reservas alimenticias en su interior.
Así en el planeta, las plantas y solo ellas elaboran la materia orgánica a partir de cuatro elementos: agua, aire, luz y tierra. Esta masa vegetal los científicos la denominamos producción primaria, destinada a ser consumida y utilizada por los animales y entre ellos el ser humano. Mágica síntesis que continúa siendo privilegio exclusivo de las plantas, de momento lejos del alcance de la ciencia humana. El mundo verde le dio al planeta su color azul por la acumulación del oxígeno fotosintético en los confines más elevados del mismo.
La vida vegetal se perpetuó y evolucionó en el seno de los océanos durante centenares de millones de años. El mar se iba poblando de innumerables seres, que formaban clones que se dividían en dos, indefinidamente generación tras generación.
De pronto, no se sabe cuando, surgió la sexualidad. Algunos autores estiman que pudo haber sido hace unos dos mil millones de años. La sexualidad aparecía como demuestra Langaney en su libro titulado Le Sexe et l’Innovation como una formidable fuente de variaciones e innovaciones. Produjo entre los seres vivos tal diversificación, que ningún individuo jamás es idéntico a sus antecesores.
Algunos autores afirman que todo lo que procede de la sexualidad es fuente de asimetrías, variaciones y diferencias. Estas variaciones son, por tanto, el motor fundamental de la evolución. El gran misterio de la vida.
El cuadro global de lo valores de las plantas es claro. Muchos vegetales del pasado quedaron enterrados, después de las grandes catástrofes climáticas planetarias, algunos de ellos originando combustibles fósiles. La evolución del mundo vegetal ha permitido que las plantas del presente estén disponibles en muchas formas para diferentes usos. Siguen siendo imprescindibles a la humanidad como materiales vegetales esenciales para su sustento cotidiano, no solo sus necesidades biológicas y farmacológicas sino incluso sus comodidades físicas y como adornos ornamentales.
Para finalizar reiteró una vez más un deseo. El tan cacareado cambio climático ya esta causando estragos que nos afectarán cada vez más de forma progresiva. Acabo de regresar de Málaga donde la sequía está causando preocupaciones. En un diario digital acabo de leer un artículo alarmante titulado Cataluña y Andalucía se van a convertir en el próximo desierto, y es casi imposible evitarlo. Aquí vamos por el mismo camino sumando el aumento desagradable de las inevitables oleadas de calima patológica.
Una vez más, quiero insistir que con una mejor educación se pueden evitar en cierta medida las irresponsabilidades de todo tipo que a diario se producen en nuestro entorno.
*Catedrático Emérito de Botánica de la ULL. Habitante de la Biosfera