Una hora después de que Agustín nos comunicara, entre lágrimas, que te acababas de marchar, terminamos la edición del periódico, con tu imagen llena de vida en la portada y dos páginas escritas por Chago con el corazón, que nos estremecieron a todos. Solo quedábamos en la Redacción Silvia, Doris y yo. Recogimos las cosas y me acerqué a tu mesa antes de irme. Todavía está el folio junto al teclado con la frase “Ánimo amigo”, con el que posamos en el WhatsApp los compañeros cuando estabas a las puertas de la UCI y que te llegó al límite. Nos devolviste un emoticono con forma de corazón. Fue nuestra última comunicación contigo. Al filo de la medianoche, apagamos las luces y cerramos la puerta con una desconcertante sensación de vacío. En ese momento empezó a llover, me metí en el coche y reparé en el movimiento de los limpiapabrisas, que parecían dibujar el gesto de negación con el que tus compañeros reaccionaron nada más conocer la noticia, como diciendo‘no puede ser. De camino a casa recordé aquellas noches de largas tertulias en el Mc Donald´s de Las Caletillas, donde compartíamos risas, consejos y confidencias hasta las tantas y que continuábamos en el parking, donde yo me partía con tus imitaciones. Antes de escribir estas líneas he buscado en el WhatsApp tu último mensaje de voz. “Amigo Mateu, no te preocupes, que yo te hago la última página”, me decías de camino al periódico, sabedor de que aquel día éramos pocos para sacar adelante todo el trabajo. Esa frase resume la clase de persona que eras: empática, solidaria y profesional, a la que le dolía especialmente una información inexacta o con algún error de redacción. Samuel te buscaba las cosquillas -“ya estás en plan tiquismiquis”, te decía – y tú se la devolvías con una salida ingeniosa marca de la casa. En la Redacción presumíamos de tu nivel cultural. Matute bromeaba contigo preguntándote por la historia de los fenicios y tú, como hacías con Samuel, salías siempre con una respuesta que nos sacaba una carcajada a todos. Recuerdo la noche que me diste una lección magistral, mientras apagábamos los ordenadores, con las claves del conflicto en Oriente Próximo y cómo respondías una por una a todas mis dudas. No olvido la cara que pusiste cuando te dije: “Ya quisieran en el Canal 24 horas tener un comentarista como tú”. ¿Y qué decir cuando tus hermanos Agustín y Chago, además de Jorge y yo, te buscábamos la lengua con tu Real Madrid cada vez que se televisaba un partido y tú entrabas al trapo para decirnos que, cuando jugaba el Barça, había problemas técnicos que impedían la conexión. Ese amor por tu Madrid nos llevó a soñar, amigo, con una remontada a última hora contra todo pronóstico cuando tu vida se apagaba. Una de esas gestas tan propias de tu equipo en la Champions, pero la UCI no era el Bernabéu, por más que llevaras la lucha hasta el final en tu ADN. La pasión era uno de los rasgos más definidos de tu personalidad: la pasión por tus colores deportivos, por el cine, en el que eras toda una autoridad; por la historia y también por ese periodismo cercano, local, que tanto defendías. A veces, incluso, dejando de lado la diplomacia para defender tu criterio y revelándote contra lo que considerabas injusto. Eras buena gente. Un tipo que valía mucho la pena. Y un compañero detallista. Un par de madrugadas te llevé a casa porque tenías el coche averiado y me lo agradeciste con una botella de vino. Y te encantaban las bromas, tanto como los guachinches. “¡Qué ganas tengo de que Mateu diga un día se jodió y nos invite a comer medio pollo en el Norte!”, te gustaba exclamar en la Redacción. Me quedo con este puñado de recuerdos, Fran, que retratan a una persona íntegra y auténtica. Y valiente, como demostraste en tus últimos meses de vida. Esta madrugada ni siquiera me he acordado de poner la radio al salir del periódico y escuchar Las noches de Ortega, que tanto te gustaban y que nos acompañaban de camino al Mc Donald´s. Solo te tenía a ti en la cabeza. La frase que hemos elegido para la edición de mañana en la parte alta de la portada va por ti: “Las despedidas no son para siempre, no son el final. Solo significan que te echaremos de menos hasta que nos volvamos a ver”. Gracias por todo, amigo.