tribuna

El caso Vinicius

Por Rafael Torres.| Lo que sufre Vinicius por esos campos, cuando juega fuera de casa, es un bullying de libro y sus lágrimas del día previo al partido que jugaron en el Bernabéu las selecciones de España y Brasil eran las lágrimas de dolor e impotencia del que, en la escuela o en el trabajo, lo padece. Eso es así y señala como culpables a las turbas de descerebrados que, siendo minoría en todos los estadios, acuden al fútbol, ese deporte maravilloso, a ensuciarlo con su desgraciada manera de verter sobre él sus frustraciones, la principal de ellas, por cierto, la de tener un cerebro que no les alcanza para maldita la cosa. Se dice que esos acosadores del jugador brasileño son racistas, pero, más que racistas, son gilipollas. A los negros de sus equipos no les llaman “monos” e, incluso, como en el caso de los negros del Real Madrid, que son la mitad o más en sus alineaciones, su color de piel, en contraste con el uniforme blanco, se les antoja la máxima expresión de la belleza cromática, y no digamos cuando meten un gol. Cualquiera, sea blanco, negro, amarillo a aceitunado (por esos colores dividían a los seres humanos los viejos libros escolares y representando a los tres últimos eran las huchas del Domund) puede ser víctima de esa persecución infame contra la que Vinicius se rebela y denuncia ante la sociedad y los tribunales. Pero todo ello no empece para considerar que puede haber maneras más inteligentes y efectivas que la suya para combatir esa insania que llega al fútbol porque está en la sociedad, bien que en las sentinas de ella. De hecho, las hay, e Iñaki Williams, el extremo del Athletic veloz como rayo, aporta un hilo de luz para, tirando de él mediante la presión de la mayoría en los estadios, ir acabando con la bochornosa dictadura que sobre ella ejerce esa legión de racistas, que lo son, como queda dicho, por descerebrados y gilipollas: “Llámame malo, dime que no te gusta cómo juego, pero no te metas con mi color de piel”. Iñaki Williams, que es un caballero dentro y fuera del campo, no solo corre como una gacela y dribla como un gato, sino que señala al mundo del fútbol, hoy rehén de la caverna, lo que más necesita: cordura.

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