Los gestores del tranvía han recomendado al público en general que se duche. Imagino que será porque han detectado días de tufo generalizado en el transporte público y eso molesta mucho, sobre todo a los limpios. En pleno siglo XXI, ya talludito, han vuelto las chinches. Es bueno tener cuidado, sobre todo en alojamientos públicos, porque una chinche es un martirio, no lo digo por experiencia sino por referencias. También ha hecho acto de presencia la sarna, que se cura con una fórmula magistral que venden en El Negrito, previa receta de un dermatólogo. Desaparece en un par de días, pero la sarna pica que jode. En las guaguas de la vieja Exclusiva había un cartelito de baquelita, junto al chófer, que decía: “Prohibido hablar con el conductor y escupir”. Lo que pasa es que el grabador se confundía algunas veces y el aviso entonces rezaba: “Prohibido hablar y escupir al conductor”. Esto llamaba la atención del jediondo trasgresor y lo animaba a echar el pollo encima del sufrido chófer, pero no sé si llegó a ocurrir. Ahora, a punto de pasar el primer cuarto de siglo, las autoridades tranviarias se ven obligadas a entrar en la higiene de los pasajeros, que en ocasiones huelen a cangrejilla. No hay nada peor que el olor a los bajos, porque el aroma sobaquero es bastante más común. Recuerdo que, en un periódico que dirigí, trabajaba un redactor al que le cantaban los pinreles. Recibí quejas de sus compañeros, compré un spray oloroso y rocié los pies del señalado, con cierta discreción. La mezcla fue peor y había tardes en las que en la redacción no quedaba nadie. Los del tranvía tienen razón: hay que ducharse. Porque, de lo contrario, no harían falta catenarias: el tranvía marcharía por las vías sin el concurso de la electricidad.