La guerra civil española no duró desde el 36 al 39, como dicen los libros, sino que empezó en 1936 y continúa hoy, con una tregua en la bendita Transición. Todo tiene que ver con la guerra civil en estos tiempos, incluso los platos de la taberna Garibaldi, en Lavapiés, propiedad del barman Pablo Iglesias y en la que se acaba la cerveza en un plis/plas. Me aburre todo eso, me aburre la política rastrera española y me aburre Cataluña en peso. Por eso, me quedo aquí y no frecuento los territorios que me abruman. Si fuera por mí, llevaría años residiendo en Portugal, un país amable y respetuoso donde todavía se puede vivir. De unos y de otros, ya saben que yo no hago distingos entre las dos Españas: las dos me resultan abominables. Nos han comido los fascismos y los comunismos, que son igual de fastidiosos, con la colaboración de los nacionalismos, que son lerdos por definición. Váyanse todos a tomar por saco y déjenme vivir, como diría, medio cargado, el ínclito Ortega Cano, el torero al que retiró la más grande. Yo de España sólo me quedo con el Real Madrid y El Corte Inglés, que son dos ejemplos de valentía, de pundonor, de integración y de buena gobernanza. Lo demás me sobra y cuando veo la cosa muy mal, cojo y me acuesto, me pongo a soñar (en el último sueño vagaba por China) y viajo solo por ahí, sin barco y sin avión y sin coche, a lomos de una nube espesa pero exenta de golfería. Ahora nos quedamos solos en Semana Santa. Ni siquiera viaja mi amigo Inurria, que se cortó con un vaso y lleva tiesos dos dedos de una mano.