tribuna

Llueve en la procesión

Llueve en Semana Santa, como casi siempre, para institucionalizar el llanto de los cofrades a las puertas de las iglesias. Aquí también lo hace y contemplo nubarrones altos y poderosos a través de la ventana. La gente coge aviones para aprovechar y cambiar de lugar sin que haya una Greta para reprenderla. Todo está volviendo poco a poco a su sitio. Las torres a medio cimentar se desmoronan y los azucarillos inconsistentes se diluyen en un vaso de agua. Todo pasa muy rápido, aunque nos parezca una eternidad. Yo voy tejiendo un texto con frases cortas, como si fueran las piezas multicolores de un patchwork.

Aprovecho estos días para leer a Vargas Llosa. Estoy con Un bárbaro en París, que es una colección de escritos sobre literatura, donde me demuestra su amplio conocimiento del asunto. Dice cosas como que el narrador es una invención, queriendo decir que actúa como un elemento más de la creación, uno más de los personajes invisibles que el autor añade al texto, o que “la novela no es un espejo de la realidad: es otra realidad, creada de pies a cabeza por una combinación de fantasía, estilo y artesanía”.

Leo algo sobre la rebeldía de Cèline y considero que estos escritores son necesarios para distraernos de lo cotidiano. El mundo del orden es aburrido, pero es en el que vivimos y precisa de una fantasía para sugerirnos que podría ser de otra manera, a pesar de que estemos seguros de que eso no lo haría funcionar. Sin embargo, los cambios existen y nos atemorizan y, al mismo tiempo, nos ilusionan, porque pensamos que todo puede empezar de nuevo. Es la esperanza que viene apareada a la rectificación.

A mi madre le gustaba cambiar los muebles de lugar y así conseguía espacios novedosos, otro escenario para engañar a la rutina. A pesar de todo, las cosas siempre eran iguales. Acababa lloviendo por más que nos amenazaran con los estragos de la sequía y, después de largos días de borrasca, volvía a lucir el sol, que para eso estaba ahí arriba, por encima de las nubes. Luego aprendimos que las nubes son poca cosa, que actúan como una sábana ligera que cubre nuestras vergüenzas.

Volverá el verano en unos meses y tendremos ocasión de poner nuestros cuerpos desnudos ante la radiación. De momento, estamos en Semana Santa y llueve. Alguien dice que a España la ponen mal en Europa cuando atacan al Gobierno. Eso delata que algunos confunden algo temporal con un concepto que lleva siglos resistiéndose a los intentos de destrucción.

La vida tiene algo de conformismo para poder aguantar, sigue adelante buscándose sus propias seguridades sin que nadie la planifique. Eso tiene de bueno. Además, aporta una especie de intuición que nos obliga a confiar en que no todo son desaciertos.

La literatura, que tanto me apasiona, es una vía de escape a la monotonía que nos tiene prisioneros. Estoy leyendo a Vargas Llosa y no se me ocurre otro calificativo para distinguirlo que el de elegancia. Elegancia es salir indemne del lodazal donde nos introduce la artificialidad de lo que, siendo intencionado, aparenta surgir de la espontaneidad.

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