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No hay remedio

Buscando una explicación a la excitación que sufro cuando contemplo una injusticia, lo que me hace sentarme enseguida ante el ordenata, ahora caigo, cincuenta y cuatro años después, de que soy alérgico al poder. No fueron estos indignos actuales los que inventaron utilizar Hacienda contra el enemigo que se mueve. El primero que comenzó esta práctica deleznable fue Montoro, del PP, el más miserable ministro de la democracia. Pero mucho peor es que la Agencia Tributaria y la Fiscalía se dejen utilizar. En España, las armas arrojadizas del poder contra los ciudadanos son habituales. Nadie puede con el terrorismo fiscal del Estado, que primero te amenaza, te acorrala, te empapela y después seguramente ganas el pleito, como lo han ganado muchos porque los jueces sí que son honestos en su inmensa mayoría. Nuestra credibilidad mundial es cada vez más precaria y la sumisión de la Fiscalía a ese poder, más preocupante. Da igual, yo soy un superviviente, al que le queda poco tiempo de vida –no por nada puntual, sino porque voy a cumplir 77 años en agosto-. Lo más grave es lo que le queda a mis hijas: un país destrozado, dividido y por los suelos, sin credibilidad alguna en el mundo, ni influencia global. No piensen que voy a renunciar a mi inveterada decisión de no hablar de política, por eso acudo a términos generales, sin concretar. Saquen ustedes sus propias conclusiones y arrimen el ascua a la sardina que quieran. España está gravemente enferma, pero hay mucha gente calentita, sentada en sus despachos, cobrando o mamando. No es sólo de ahora, ha ocurrido siempre y los males endémicos son muy difíciles de curar. No existe remedio para ellos, mientras la mentalidad sea la misma. Aquí impera el chantaje, la burocracia, el arma arrojadiza y la deshonestidad. Pura basura.

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