En estos tiempos de corrupción, en estos tiempos en que la tucán gallega nos quiere encamar a la una de la madrugada, en estos tiempos de zozobra institucional, quedamos nosotros. ¿Quiénes? Las viejas glorias del periodismo, que no se han muerto y que siempre permaneceremos en la trinchera. Se jubila Carmelo Rivero, pero supongo que seguirá escribiendo, como yo, compulsivamente, hasta el último aliento. Se jubiló Norberto Chijeb, un tipo con olfato para la noticia. Cada uno en su estilo, Norberto es como Luis Ramos, paz descanse, aquel ratón de la noticia, poco escrupuloso con las fuentes pero entrañable en las formas en que la trasladaba al lector. Y ahí está mi buen amigo Tinerfe Fumero, a quien valoré y sufrí en La Gaceta de Canarias, otro periodista de raza, que lo abandonó todo por el periodismo, por lo que merece un homenaje. Hubiera sido un excelente abogado, pero le tiraba más esta profesión de locos; y la noche, madre de todas las batallas. Vamos quedando menos, pues, y de la vieja generación ya no se ve a nadie rompiendo barreras en busca de una noticia que llevarse a la página. Suceden cosas curiosas, como que, cuando la trama Koldo devora al poder, en la SER hablan más de los casos del PP, que son igual de tristes, pero viejos; cosa juzgada. Ahora toca el otro, coño, el de Koldo, a ver cómo termina, a ver cuántos acaban en prisión; seguramente ninguno. En prisión mueren algunos de los buenos, como Ignacio González Martín, una de las personas más honestas y generosas que he conocido. Cuando emigró a Venezuela, sólo llevaba un saco de pimentón porque le dijeron que ese ají valía mucho allí. Cuando llegó, vio que era mentira y tuvo que regalar su equipaje. Ahí comenzó su historia. Era tan bueno que, ya anciano, murió en una prisión de Tenerife. País de mierda.
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