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La valentía

Los cronistas cobardes siguen refugiados en sus prebendas y en sus puestos a dedo del pasado, y quién sabe si del futuro, y están atrincherados, miedosos. Quien escribe en los medios está para defender a su tierra, no para hacer mutis por el foro. No quiero ponerme pesado hablándoles de la fragilidad de Canarias y de que el sector servicios, turismo incluido, es la parte más productiva pero también la más débil de nuestros recursos generales. Se escuchan voces en las redes muy cabreadas por lo que está ocurriendo y por la algarada callejera, que es siempre mala para la democracia. Muchas más voces de las que invitan a una manifestación ruidosa o a un deleznable escrache. De acuerdo, es impresentable que yo vaya a Santa Cruz desde el Puerto de la Cruz, a las ocho de la mañana, y tarde hora y media, cuando tendría que emplear veinte minutos. De acuerdo con que es malo invadir espacios naturales para construir hoteles. Pero hasta ahí llego. Lo demás es desarrollo y riqueza. Si no hay camareros en los hoteles es porque se apuntan al paro, que es facilón, y les compensa, porque, además, en el lejano Sur no tienen dónde quedarse. Por eso los hoteles están echando mano de trabajadores inmigrantes, que se las apañan como pueden. Hay negocios que han cerrado por falta de personal. Sencillamente, la gente no quiere trabajar. Los subsidios generosos a costa de la población activa les compensan. Esto necesita una regeneración global, no chancletas en la calle. La chancleta lo mezcla todo, lo reburuja todo y lo caga todo. Si les digo la verdad, el peor enemigo del hombre –bueno, y de la mujer— es la chancleta. Es una prenda que se asocia al progresismo y a la izquierdona rancia, pero su arrastre callejero conlleva zozobra y tensión.

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