Hace como diez años que no hablo con Fernando Clavijo, presidente del Gobierno de Canarias. Es decir, que no puede nadie decir que sea su amigo; ni siquiera lo he votado. Ello no obsta para desearle lo mejor a él y a su familia, por lo que deploro cualquier acto de violencia en su contra. Y un escrache ante su casa particular, aunque sea un escrache de vagos, un escrache sentado, ni es respetuoso, ni es coherente, ni es justo. Y posiblemente se trate de un acto delictivo. Volvemos a las andadas. Volvemos a una época en la que no se respetaban los derechos individuales. Con el añadido de que los que se van a sentar ante la casa de Fernando, si finalmente los dejan, no saben bien por qué lo hacen. Está claro que hay cosas que cambiar en Canarias, pero por los cauces legales, que son los cauces parlamentarios, en cuyos escaños se sientan los legítimos representantes del pueblo. Eso es democracia, lo demás, populismo y demagogia. Si Canarias necesita algo es coherencia, pero no sólo de los que gobiernan, sino también de los movimientos ciudadanos, tengan el color que tengan y estén detrás quienes estén detrás. Por cierto, los que están detrás empiezan a enseñar la patita. Un escrache a un político es doloroso para su familia y para él mismo y jamás merecido. Porque es también un pisotón a su derecho individual a vivir tranquilo y un acto intolerable y punible. Me da igual cómo me pongan en las redes, tengo la piel gruesa de 54 años de profesión y ejerciéndola con toda la dignidad de que he sido capaz. O sea, que aquí estoy para lo que gusten mandar, a cualquier hora. Pero les aseguro que ellos no son los que van a cambiar Canarias. Yo, a lo mejor, sí.
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