Hay varias cuestiones que los especialistas en el análisis político sacan de las pasadas elecciones en Cataluña. Una, la fuerza desplegada por el Partido Socialista y, dos, por primera vez en cuarenta años los nacionalistas pierden la mayoría absoluta en el parlament. Lo uno y lo otro están íntimamente unidos. Si el Partido Socialista ganó ahí, y con una subida considerable, es porque su líder, Salvador Illa, supo diagramar el discurso: hacer política frente al despilfarro en los años en los que las dos fuerzas del separatismo asumieron la regencia. Premios a la disfuncionalidad con el Estado como opresor y poco trabajo efectivo en favor de los ciudadanos que los apoyaron y los que negaron su alzamiento. Y ese es el mensaje que puso en solfa Illa en la oposición y en toda la campaña. De lo que se deduce no solo la desilusión sino que las trabas unilaterales del procés son erráticas e, incluso, inconcebibles. La independencia de una comunidad/nación de España no se puede conseguir así, ni siquiera con el (supuesto) 50% de fieles. Mucho menos hacer ver, como hizo ver la fenecida Convergencia y Unión (y se recuerda al preclaro Jordi Pujol) que Cataluña son ellos, solo ellos, los que ponen al catalán como bandera frente al español y no los que se encuentran en la otra frontera de la reyerta. Que la acción gubernamental no puede atender solo a ese factor, sino al factor todo de la comunidad/nación. Eso quedó claro en estas elecciones. Por los resultados y por la escasa participación. Mas eso solo no queda. Queda el despliegue del Partido Socialista de España y el preciso plan trazado por Pedro Sánchez. Frente a la actitud retrógrada y centralista del PP (Rajoy en su punto y Feijóo en su lugar), esos que desbarataron, con la ayuda del Tribunal Constitucional, un acto supremo de la democracia, el nuevo estatuto catalán, la actitud ha de ser otra. Lejos de la represión, el concilio; la ley de amnistía en su punto. ¿Qué queda? Una posibilidad razonable con mayoría absoluta que ya se constató en ese lugar: un gobierno de izquierdas, es decir, PSC, ERC y los Comunes. La historia anda un poco descarriada, conforme argumentan los citados analistas. Sobre todo por el descalabro de ERC y la decisión obligada del expresident Pere Aragonés. Más cuando detrás de semejante intriga vuelve a resurgir el gran iluminado, el hijo del infando Pujol, Carles Puigdemont. Que se aprestaba desde el exilio a ser la primera fuerza y no lo consiguió. Así que, en buena lógica, habría de ser consecuente con lo que manifestó, que si no gobernaba dejaría la política. Pero, para él, las puertas están abiertas. Si Sánchez quiere gobernar en España, que el PSC se abstenga para gobernar él en minoría. Esa es la trama de la acción gubernamental para estos furibundos primados, legítimo prisident. No la sensatez, las claves decisivas del poder. Eso son, pobre Cataluña, cual las dichas elecciones informaron.
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