tribuna

La bola de luz

Que estamos en 2024 es irrefutable. Y que hoy es 26 de mayo nadie lo discute. Dentro de unos días habrá elecciones al Parlamento Europeo. Son fechas con rango histórico. Este año se disputan las olimpiadas de las urnas en medio planeta. El mundo va a su bola y necesitamos una pausa para recobrar el sentido de lo que nos atañe a título personal. Nos tenemos abandonados, como si otros nos decidieran.

No hay mejor referencia a este fin que un clásico, El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, recomendable en los tiempos que corren. Fue escrito tras su paso por Auschwitz, el infierno que ahora un auge de distopías ha puesto tristemente de actualidad.

Es cierto que en esta montaña rusa la sensación es de vértigo. Y el estribillo que suena, aterra: ¡es la guerra! Pero hay opiniones encontradas, unos creen que viene el coco y otros que es un farol. Ojo, se ha llegado a decir, con la hipérbole de marras, que sería de tipo nuclear, como si semejante cosa debiera siquiera mencionarse. Y en Europa, catering que alimenta ese debate, se libra estos días la madre de todas las batallas: las elecciones que bajarán el telón de una época que dura 80 años. La Europa que conocemos. Estamos a punto de que finalice una película y empiece otra.

Hay un acelerón de la historia con mal pronóstico, pero algo deberíamos hacer para atraer una suerte de azar de mejor catadura. Frente a la tendencia derrotista de las grandes noticias infames de los últimos años, un truco es salirse del cine y volver a nuestra arcadia particular, sin ruido ni redes.

Ante la delirante aldea global, la apacible aldea local. Es lo más sano; la pandemia ya dejó noqueado a todo el mundo. No es un sálvese quien pueda ni que cada palo aguante su vela, sino una acción refractaria para tener los pies en la tierra.

Salir del cine, parar el tren de los acontecimientos, hacerlo a media mañana, como un rito, ubicarnos, como decía, en el año, día y mes en que vivimos, ver las cuatro cosas que funcionan en la trastienda, y seguir la marcha sin que nadie pueda decirnos, “ahí va otro al que arrastra la corriente”. Ser gente con las ideas claras, con sentido, no borregos. En otro tiempo tuvieron apogeo los pacifistas. No es mala idea levantar de nuevo esa bandera. John Lennon y Yoko Ono acuñaron en los sesenta La cama de la paz, y se encamaron en un par de ciudades con éxito. Creo que están cogiendo vuelo motivaciones parecidas para abortar el acecho de algunos buitres leonados.

Ahora que estamos a punto de votar, en las altas esferas de Europa deshojan la margarita de la guerra, como nunca antes desde 1945. Se ha lanzado a los cuatro vientos la hipótesis de una contienda entre potencias que estaría planeando Rusia para dentro de unos pocos años. Y ese demonio subyace en la campaña recién abierta la veda entre izquierdas, derechas, ultraderechas, ecologistas y liberales. Son las horas más críticas del club de naciones más libres del mundo.

Jamás nuestros dirigentes continentales habían hablado en tales términos: “La guerra no es una ficción, no está lejos y hay que prepararse” (Macron). “Estamos ya en una época de preguerra” (Donald Tusk). “No vivimos tiempos pacíficos” (Olaf Scholz). Y así toda la conversación.

La mayoría tiene esa maldita palabra en la punta de la lengua. Sin líderes de paz, solo hay líderes de guerra. Es como si Kim Jong-un fueran dos, tres, cuatro…, centenares de clones de todos los colores políticos. En televisión ofrecen estos días imágenes estremecedoras de Hitler y de la Segunda Guerra Mundial (cuyo desenlace cumple 80 años en 2025). Nada es casualidad.

Hay una mala idea flotante, en efecto, que desempolva El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig. “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis”, escribió el autor austríaco y en 1942 se quitó la vida junto a su esposa. Esos corceles eran la inflación, el terror, las epidemias y la emigración, entre otros. Zweig se vino abajo ante la involución nazi. “Todo era un castillo de naipes”, dijo de Europa decepcionado.

Nuestra película sigue proyectándose mientras escribimos estas líneas. Unos tipos prueban armamento nuclear. Otros matan sin descanso en conflictos encallados que parten el alma en Gaza y Ucrania. Los artistas actúan y los cantantes cantan. Pronto resurgirá la canción protesta ante el caldo de cultivo.

¿Por qué no reiventar un movimiento a favor de la paz?, insisto. Y volver a corear aquellos himnos tan cordiales con las estrellas del pop-rock-soul (sumemos el rap)? ¿No creen? Conviene ver de nuevo el video de aquel mítico We are the world, de Michael Jackson y Lionel Richie, con más de cuarenta voces clamando contra el hambre en África. Falta nos hace una nueva canción. Necesitamos algo así, que nos deslumbre a todos. Como la bola de luz de la otra noche en el cielo de España y Portugal, que era como una llamada de atención en medio de la oscuridad. Para levantar esta bóveda entre todos. Ese Atlas que la soporta somos nosotros.

Esta es una película con dos entregas. Las elecciones del 9 de junio en Europa y las del 5 de noviembre en Estados Unidos. ¿A alguien le cabe en la cabeza imaginar a Hitler, de no haber muerto, presentándose a las elecciones poco después en aquella Europa escarmentada? Pues si en EE.UU. el asalto al Capitolio no fue bastante atropello para impedir que el mismo presidente regrese con ánimo totalitario, más razón nos asiste, si cabe, para alzar a los cuatro vientos la antorcha de la paz.

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