Al hilo del Día de las Fuerzas Armadas, que se celebra cada año en torno al 30 de mayo, tomo el título de la comedia de Norman Jewison para llamar su atención sobre el compromiso de los ciudadanos con la defensa de España y le invito a echar una pensadita a la situación del mundo, con guerras en Ucrania y en Oriente Próximo y amenazas por doquier, y una reflexión sobre cuál es, en este contexto, la situación de nuestro país y la mentalidad y actitud de los españoles ante una eventual emergencia militar. Pero que no cunda el pánico porque, aunque la voz de alerta se oye cada día proveniente de antiguas repúblicas soviéticas y hoy orgullosos miembros de la OTAN, Rusia tiene menos músculo militar de lo que Putin quiere aparentar, como lo evidencia su dificultad para alcanzar los objetivos que se propuso al invadir Ucrania y, además, la situación no es del todo nueva, pues el temor a una hipotética agresión rusa (entonces soviética) fue la razón de ser de la OTAN hasta la caída del muro de Berlín, en 1989. El crescendo de la tensión internacional ha llevado a los países europeos a redoblar el esfuerzo en defensa y a algunos a plantearse la recuperación del servicio militar obligatorio, que abandonaron en los años de la distensión. Francia, que tuvo probablemente la mejor organización de Servicio Nacional, como ellos llamaban a la conjunción de servicio militar y servicio civil, parece que ya tiene listo un proyecto para recuperar al recluta universal. Suecia ha establecido un procedimiento para incorporar obligatoriamente a sus ciudadanos si no cubre el cupo necesario con los que voluntariamente lo manifiestan cuando cumplen 18 años, y no lo descartan el Reino Unido, Alemania, Serbia y otros. ¿Y España se plantea recuperar el servicio militar? Se lo preguntaron a la ministra Margarita Robles hace unas semanas en el Senado y respondió tajante: “En absoluto”. La titular de Defensa dijo entender que lo estén haciendo otros países porque tienen “más preocupación, por su situación geográfica”. Menos mal, porque los españoles no estamos muy por la labor de arrimar el hombro. Una encuesta reciente de la Asociación Internacional Gallup revela que un 53% de los españoles no está dispuesto a luchar por su país, frente al 29% que se muestra favorable y el 18% restante que no sabe o no contesta. Y otro sondeo de 40db para El País y la SER revela que menos de la mitad de los españoles (el 47%) “muestra mucho sentimiento de pertenencia a España”. No me consta que la ministra explicase que España está dentro del radio operativo de los IRBM rusos, misiles balísticos de alcance intermedio, o que si a Putin se le cruzase el cable y atacase cualquier país de la OTAN, España se consideraría atacada en virtud del artículo quinto del Tratado de Washington… aunque la mayoría de los españoles pasen de la defensa del país. El 80,6% se muestra muy preocupado por las guerras en Ucrania y Gaza, pero ven lejos la amenaza. “La manga riega, que aquí no llega”, que jugábamos de niños. Incredulidad, pasotismo, puntito de pacifismo y antimilitarismo, que de todo hay en la viña del señor. La siembra antimilitar más reciente se produjo en los años ochenta y noventa, primero con el ingreso en la Alianza Atlántica (“OTAN no, bases fuera”), y luego contra el servicio militar, fabulando mil historias, muchas veces con datos falsos y manipulados, sobre la inutilidad y supuesta peligrosidad de la mili. Un espectáculo poco edificante de los partidos para ganar votos que desencadenó un insólito incremento del número de objetores, más de conveniencia que de conciencia. Y de aquellos polvos estos lodos. Las jóvenes generaciones parece que se han subrogado en la objeción de sus padres.
Escuché la semana pasada en la radio a una supuesta experta que celebraba que “ahora los jóvenes prefieran un año sabático para hacer turismo que dedicar ese tiempo al adoctrinamiento en los cuarteles con las cosas militares” (sic). No sé si es más grave que banalizase el peligro de una eventual amenaza al modelo de vida que tenemos en España o su explicito desdén por el patriotismo, el valor y el coraje, que son virtudes cívicas, exigibles por igual a todos los ciudadanos, con o sin uniforme, con mili o sin ella, necesarias para empuñar las armas, si llega el caso, en defensa de la libertad y la democracia.