Al papa Francisco le ha salido el espíritu de la barra brava por entre la sotana blanca porque ha dicho que en los seminarios hay mucho mariconeo. Bueno, es una opinión, supongo que sustentada con datos curiales. A don Francisco se le ha ido la Iglesia de las manos, no por esto, que es tendencia, sino porque le ha nacido una legión de curas predicadores que lo cuestionan todo, que regresan a Trento vía televisión y que, en vez de pedir un nuevo Concilio para poner al día los asuntos de la Iglesia, lo que hacen es caminar para atrás, como los cangrejos. Hay curas que están empeñados en regresar a la misa al revés y que no sueltan sino gilipolladas en los púlpitos, frente a otros que predican con coherencia y adaptan el Evangelio a los tiempos. Lo que parece contradictorio es que un papa que ha bendecido las uniones homosexuales –lo cual no me parece ni bien ni mal, sino todo lo contrario— salte ahora con que hay mucho mariconeo en los seminarios. Lo que debería hacer la Iglesia sería eliminar algo tan anacrónico como el celibato hipócrita –con la de pontífices alegres que ha tenido en su historia-, que a estas alturas no tiene razón de ser, y dejar tranquilo el sexo: que cada uno haga uso de él como mejor crea conveniente, dentro del orden laxo del liberalismo y de la moral de quienes han de dar ejemplo. Pero este papa argentino, cuyo pontificado está terminando, es un especialista en meterse en charcos y mojarse sus zapatones negros de la NBA. Me da que ha abierto un nuevo frente, sin necesidad ninguna y yo no entro en la polémica, porque realmente no conozco su origen. Pero no vendría mal una puesta al día. O algo así.