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Doctora, ¿y yo?

Dice en la prensa la doctora Blanca Madurga, uróloga, que el tamaño medio del pene ha crecido en los últimos treinta años entre uno y un centímetro y medio. Por causa del mestizaje, mayormente. Yo no lo dudo, pero reclamo mi cuota a la Naturaleza porque ha llegado un momento en que miro para abajo y veo las dunas de Maspalomas. O sea, que debo ser una de esas excepciones que confirman las reglas científicas que, de vez en cuando, publican los periódicos; en este caso particular para mi desgracia. Estas cosas o te las tomas con humor o estás perdido. Cuando yo pregunto, vacilando, por el abogado, y mi despistado interlocutor salta con un “¿qué abogado?”, siempre le respondo: “El que tengo aquí colgado”; pero ya no me atrevo, por si me piden confirmación. Uno escribe para despertar sonrisas. Ayer me llamó mi admirado amigo el profesor Wolfredo Wildpret para decirme que, durante tres días, le he provocado carcajadas con mis artículos, “lo que demuestra”, me dijo, “que todo te importa tres pepinos”. Pues más o menos es así. A mi edad -cumplo 77 en agosto-, cuando me llega una carta de Hacienda -que ya no son negras, menos mal- no la abro, se la mando directamente al asesor y duermo como un bendito. Y si alguna vez llegara el guardia a buscarme, yo llamo al fiscal, para que me cambie mis 248 años de mazmorra por una amnistía y un bistec empanado. La Fiscalía se ha convertido en una amiga, ya no ve uno a los fiscales y fiscalas, como antañazo, con esas caras de mero a la plancha que ponían los pelos de punta, porque tampoco parecen defensores de la legalidad, sino frailes capuchinos descalzos. España es una gozada de país y yo voto porque se vacíen las cárceles y se conviertan en refugios de lujo para los que no tengan casa. Con desayuno.

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