por qué no me callo

El cisma de Feijóo

El 25 de junio no era el 28 de diciembre, pero este martes parecía el Día de los Santos Inocentes. Grandes contenciosos irresolubles se solucionaban de la noche a la mañana, las noticias se vestían de gala para desfilar sobre la alfombra roja de los acuerdos imposibles y hasta en los sondeos perdía Trump antes del debate que sentenció a Biden.

Era la jornada insólita, pero no era un día de ficción. Los martes suelen tener mala prensa después del martes negro del crack del 29 (la Gran Depresión) o el martes del 11-S de los atentados de las Torres Gemelas y los denostados martes y 13. Este era un martes que estampaba su firma en la página de junio de un calendario sin piedad.

A Hernández Mancha se le apareció la Virgen cuando sucedió a Fraga fugazmente. A Feijóo, una vez agotada la traca electoral del año, y en vista de que ni en España ni en Europa cambiaban las coaliciones de gobierno, se le aparecieron todos los fantasmas. El acuerdo inesperado del martes entre el PSOE y el PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), tras cinco años bloqueado por la derecha y a cinco días del final del ultimátum de Sánchez, era la clásica inocentada periodística. Se trataba del no acuerdo por antonomasia mientras esté Sánchez en La Moncloa a ojos del PP profundo. Por eso, resulta un órdago del dirigente gallego a la dupla Ayuso-Aznar, la doble A, ambos enemigos públicos número uno y número dos del presidente del Gobierno. Es como cuando Sánchez pactó con Mohamed VI, para el PP.

Feijóo profana esa estrategia oficial tras el encono contra la esposa del presidente, hermano y suegro (este último fallecido el pasado miércoles) y pocos días después del homenaje de Ayuso a Milei para que sacudiera a Sánchez y allegados. La propia Ayuso, en la víspera del acuerdo, estaba de uñas con el PSOE por haber malogrado, con nuevas denuncias, el pacto de su pareja para evitar la cárcel.

Esta no era la mejor semana para cruzar el Rubicón. Pero Feijóo dio el paso, no como en 2022, que dio marcha atrás con el mismo acuerdo cerrado. Ahora, al parecer, no lo pactó personalmente con Aznar y Ayuso antes de apretar el botón y autorizar a Esteban González Pons a firmar la entente en Bruselas con el ministro Félix Bolaños en presencia de la vicepresidenta europea Vera Jourová. Solo lo tanteó a través de terceros para que no lo cogiera por sorpresa. Aznar es, casi teológicamente, la auctoritas del partido conservador. El propósito era hacerle un cumplido y recabar su intercesión para que los círculos mediáticos afines no echaran leña al fuego tras el cisma de Feijóo. “Para usted la perra gorda”, le concedió Sánchez al día siguiente en la sesión de control, consciente del papelón de su oponente en su propia casa. Feijóo juega al diábolo con dos palos (Ayuso y Aznar) y una cuerda, a riesgo de que se le caiga al suelo. Ha hecho una apuesta de malabar.

Dicen que en Génova cruzaron los dedos como si fuera Houston en el instante de un alunizaje. No está garantizado que haya sido un salto con red. Aznar cumplió con un mensaje de cortesía en Instagram, por la mañana, antes de que las tertulias de radio y de que las cabeceras acólitas metieran la cuchara: “Alberto Núñez Feijóo ha hecho lo que tenía que hacer y lo ha hecho muy bien.” Ayuso -no se sabe si con ironía- celebró desde Alemania, a través de de un portavoz, este “gran éxito” de Feijóo.

El PP amaga con el déjà vu del segundo mandato de Rajoy. El de la mutua desconfianza con Aznar, que renunció a la presidencia de honor del partido. Y el de comienzos de 2022, cuando el pulso de Pablo Casado con Ayuso terminó con la dimisión del máximo dirigente. Si el sacrilegio de pactar con Sánchez (tras el CGPJ se barajan otros asuntos de Estado) merece la indulgencia de la doble A, Feijóo podrá retomar el mito de Suárez y centrarse, desistiendo de competir con Vox.

Pero ese viaje es posible que despierte demasiados recelos en la Puerta del Sol, donde la baronesa no encuentra mejor hábitat que la confrontación con Sánchez, dejando en evidencia al jefe, y es posible que Aznar tomara partido por ella y no por él. Así se escribió el distanciamiento entre Aznar y Rajoy, con Esperanza Aguirre, en el puesto de Ayuso, haciendo lo mismo, pisarle los callos al líder.

Los dos gallegos. Feijóo es amigo de Rajoy y ha compartido mesa y mantel con Casado. Los lazos hablarán por sí solos a medida que la cuerda se vaya tensando. Si busca el centro, tendrá que medir las fuerzas y habrá ganadores y perdedores, como cuando Rajoy. Losantos volverá a tildarlos, a él y a los suyos, de “maricomplejines”, y Abascal, de “derechita cobarde”. Ayuso siempre tendrá a Milei para que ladre a su vera y los tuits de los bulos de Alvise. Y Feijóo clamará contra el fango.

Era el martes de los abrazos de Juan Genovés y la pipa de la paz. El mismo día hubo fumata blanca (ratificada el viernes) para los altos cargos del nuevo gobierno europeo: Von der Leyen, António Costa y Kaja Kallas. Quedaba despejado el peligro de un giro a la ultraderecha tras las elecciones del 9-J. Y Julian Assange (fundador de WikiLeaks), el Puigdemont de los EE.UU., era perdonado por la Casa Blanca, y podía volver a su Camelot australiano. Era todo demasiado entrañable y era de verdad. Cuando el miércoles, un general boliviano jugó a Pinochet, empujando con un tanque la puerta de la Presidencia (en un cutre remedo del asalto a La Moneda), aún flotaban en el ambiente las buenas vibraciones del martes, y el golpe fracasó.

Lástima que todos los días no sean como ese martes. Ojalá se den otros martes de los mártires de Ucrania y Oriente Próximo. Y en lo que toca a nuestra casa, que haya un martes de Canarias, que el PP se sacuda la presión de Vox y secunde el traslado de los niños migrantes al resto de España.

¿Cuesta tanto hacer que volvamos a creer en la política de los hechos y no en los desechos de la política?

TE PUEDE INTERESAR